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¿Derecha rancia y golpista?

Ángel Verdugo

Ángel Verdugo

Tal cual

Una costumbre arraigada en no pocos de nuestros políticos es, no otra que lanzar adjetivos en vez de ofrecer argumentos debidamente soportados. Cuando se recurre a ellos se piensa —sin cuestionamiento alguno— que los argumentos sobran cuando los adjetivos son pronunciados por un político encumbrado porque, dicen: “Lo dijo fulano”.

Sin embargo, eso último no es verdad; en cualquier discusión o intento de rebatir posiciones de una persona o grupo, nada hay que sustituya al argumento debidamente soportado. Viene esto a cuento como consecuencia de las palabras pronunciadas —hace poco— por el licenciado Manlio Fabio Beltrones, en una conferencia que tuvo a bien dictar —vía Zoom—, relacionada con la gobernabilidad en México.

Sin decir a quiénes se refería, habló de una “derecha rancia y golpista” la cual, por obvias razones, habría que condenar por posiciones expresadas en redes sociales, así como en manifestaciones realizadas desde hace unas semanas por un grupo que las ha llamado: “marchas móviles”.

Escucharlo me llevó a pensar que se refería —con aquellos adjetivos— a Frenaa, grupo de la sociedad que tiene como principal dirigente a Gilberto Lozano. Esta persona no goza de simpatías en los espacios mediáticos (sea por sus modos sui géneris de expresarse por decir lo menos, o por presiones diversas para no comentar las actividades del grupo que dirige); esta antipatía y/o presiones impiden conocer más de las actividades y propuestas de Frenaa.

Hace poco, sus demandas estaban centradas en exigir la destitución o remoción del Presidente de la República. Hoy, quizá por la asesoría de algún especialista en derecho constitucional y/o señalamientos diversos dado lo absurdo de sus consignas (en nuestra Constitución no aparece en artículo alguno la remoción ni la destitución del jefe del Ejecutivo), las han modificado para concentrarse en exigir la renuncia del jefe del Ejecutivo. Al exigir lo imposible aquéllas eran, más un exabrupto que demandas políticas viables.

Además de la renuncia del Presidente antes del 30 de noviembre de este año, hay otras que por el absurdo que significan, no vale la pena mencionarlas pues parecen, más resultado de un berrinche que de un movimiento político que busca ser tomado en serio.

Eso quizás explicaría los adjetivos endilgados (rancia y golpista) en caso, por supuesto, que el licenciado Beltrones hubiese estado pensando en ellos. Sin embargo, el que participantes y simpatizantes de Frenaa pertenezcan —casi todos— a sectores medios de nuestra sociedad debería, en vez de adjetivarlos, poner a los políticos a tratar de entender las causas de su activismo e incorporarlos como simpatizantes, cuando menos.

Ahora bien, ¿por qué “golpista” significaría, además de una intolerancia inaceptable, querer conculcar el derecho a la libertad de expresión? Porque, exigir la renuncia del jefe del Ejecutivo no viola precepto legal alguno; la Constitución misma —en el artículo 86— la incluye, y norma lo que debe hacerse en caso de presentarla y aceptarla el Senado de la República. Luego entonces, ¿por qué acusar de golpista a quien exige lo que la Constitución acepta?

Al margen de consideraciones personales e ideas de éste o aquél acerca de las exigencias de personas o grupos de la sociedad que sólo ejercen su derecho a expresarse, llamarlos “golpistas” no pasa de ser una exageración sin sentido y también, ¿acaso un intento de congraciarse con el poderoso y/o presionar a la dirigencia de su partido?

Usar aquel adjetivo para denostar y/o ridiculizar, es inaceptable; hay palabras que deben usarse con cuidado, no con ligereza. Más aún, cuando el encono y la rijosidad en el seno de la sociedad han aumentado como consecuencia de los insultos que cotidianamente lanza el Presidente en contra de adversarios reales o inventados, y cuando la economía está hecha pedazos por decisiones, también, de esa misma autoridad.

Hoy, el país exige rectificar tanto desatino y el dispendio en el gasto, no adjetivaciones sin sentido. También, más que atacar a quien padece las decisiones erróneas de la autoridad, habría que exigir su rectificación.

Ahora aclaro: soy amigo desde hace años del licenciado Beltrones, y tengo por él un gran aprecio; asimismo, tengo por norma jamás negar un amigo. Él afirma y actúa en consecuencia cuando expresa, “ser amigo de sus amigos, no dueño de sus amigos, mucho menos de sus ideas”.

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