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¿Por qué molesta tanto la verdad, o la opinión divergente?

Ángel Verdugo

Ángel Verdugo

Tal cual

Por razones de índole diversa que no viene al caso mencionar, me ha tocado presenciar varios procesos electorales en algunos países europeos. Si bien hay muchas similitudes en cuanto a la conducta de los electores de dichos países con la de nuestros ciudadanos, hay otras que nos separan años luz de ellos y de su forma de vivir el proceso.

Hoy quiero comentar con usted una de esas diferencias que, pienso, nos pinta de cuerpo entero en lo que se refiere a nuestra cultura democrática o si lo prefiriere, diría que pinta nuestra falta de cultura democrática. Esa diferencia no es otra que el rechazo —al grado de insultar sin freno alguno— al que se atreve a diferir de mis posiciones.

La conducta que exhibimos ante el que piensa u opina diferente a mis posiciones —no necesariamente lo opuesto a ellas—, se hace merecedor por ese simple hecho, de ser llevado a la hoguera para quemarlo con leña verde. ¿Cómo puede alguien atreverse a pensar diferente, y además expresarlo abierta y públicamente? ¿Acaso piensa que está en un proceso electoral en Francia,
Alemania, Reino Unido o Japón? ¿O en Costa Rica, Chile o Canadá?

¿No se da cuenta que está en México, país donde la expresión gastronómica de ¡Aquí nomás mis chicharrones truenan!, es la ley suprema? ¿Qué es eso de pretender argumentar con miras a demostrar que estoy equivocado? Es más, ya sé que mi candidato(a) va a perder, pero ¿por qué me lo dice ahora? ¿Acaso no puede esperar al 1 de julio por la noche o al recuento oficial y ya entrados en gastos, al desahogo de las reclamaciones de los partidos?

¿Por qué ese afán de hacerme quedar mal? ¿Por qué pretende hacerme ver como un idiota, que soy incapaz de interpretar correctamente las cifras que por aquí y por allá aparecen mediante las cuales se demuestra el ridículo —desde ahora— de mi favorito(a) a la Presidencia de la República?

¿Se ha preguntado alguna vez, acerca del porqué de estas reacciones? ¿Ha entendido la reacción del que, carente de argumentos para defender su posición o a su candidato(a), lo único que su limitadísima capacidad intelectual alcanza a producir, son las clásicas y bien conocidas Mentadas de Madre?

Las causas de dicha conducta, más cercanas a alguien con retraso mental e intolerancia extrema que a un verdadero demócrata, ¿qué dejan ver de no pocos electores mexicanos? ¿Sólo frustración? ¿O un poco de envidia del que es capaz de analizar y argumentar con lógica y orden?

Ahora bien, ¿qué explica la conducta tolerante y de respeto de las diferencias por parte de los ciudadanos en no pocos países? ¿Qué tienen en sus genes, que escuchan y argumentan en vez de insultar y pretender callar al diferente? ¿Será la educación recibida combinada ésta con el ejemplo que dan los padres frente a lo público?

¿Qué papel juega la clase política en la construcción de esa cultura democrática y de respeto al que piensa diferente? ¿Y las instituciones que esas sociedades se han dado? ¿Serán útiles en el proceso de generar tolerancia y aceptación respetuosa del diverso?

Ante lo que vemos hoy, antes de empezar propiamente las campañas aun cuando en la práctica ya estemos metidos hasta el cuello en ellas, ¿qué esperaríamos para las próximas semanas o meses de aquí al 1 de julio? ¿Acaso lo frecuente y más normal, serán los linchamientos de los que apoyen al adversario de mi candidato(a)?

Por último, ¿piensa usted que con ese salvajismo es posible construir un país moderno, abierto y tolerante?

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