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El dolor, a diez años; su hijo murió en las Torres Gemelas

Leobardo López Pascual es, oficialmente, el único poblano fallecido en las Torres Gemelas el 11 de septiembre

Fernando Pérez Corona/ Corresponsal | 04-05-2011

PUEBLA, 4 de mayo.- Ana Pascual Ortiz se muestra incrédula ante la muerte de Osama bin Laden. La oriunda de San Pablo Anicano perdió a su hijo Leobardo López Pascual en el ataque terrorista a las Torres Gemelas de Nueva York, el 11 de septiembre de 2001. Fue el único poblano que oficialmente murió en el atentado, aunque hay otros dos paisanos que están desaparecidos desde entonces.

La anciana se abstiene de referirse al líder de Al–Qaeda como criminal o asesino; en cambio, califica como una cobardía el plan, pues murió “mucha gente pobre que no le hacia daño a nadie”, y critica que Bin Laden no se haya tentado el corazón para planear que dos aviones comerciales se estrellarán contra los edificios de la isla de Manhattan.

Ana, a sus casi 70 años, duda sobre la muerte de Osama, porque alguna vez dijeron que había fallecido y después se supo que no era cierto; pero, “si ahora sí se murió, qué bueno, porque hizo mucho daño, porque así paga, aunque sea un poco, lo que hizo”.

Por teléfono, la abuela de oficio campesina se oye serena, salvo cuando cita el nombre de su hijo, pues en ese momento denota una voz entrecortada, la cual advierte que detiene el llanto, que el dolor todavía sigue ahí, pero que una década ha permitido crecer una delgada cicatriz sobre su duelo.

Lo único que lamenta es que nunca le hayan dicho por qué Bin Laden atentó contra las Torres Gemelas, por lo que ahora, cuando el dirigente de esta agrupación territorista está muerto, es imposible, dice, conocer los motivos que tuvo para realizar el ataque a costa de miles de vidas inocentes.

Entrevistada por Excélsior, cuenta cuando recibió la VISA para viajar a Estados Unidos, con el fin de rezar por su hijo el 28 de octubre de ese 2001, en Temporada de Muertos, cuando se recuerdan a los difuntos por accidente.

También cuenta cómo en el primer aniversario luctuoso recibió una caja con escombro, en el cual supuestamente había cenizas de Leobardo, las cuales pudieron ser detectadas por un examen de ADN, que de eso poco conoce, pero que le aseguraron sirvió para identificarlo.

Una década después, Ana no sólo ha perdido un hijo, pues desde que su nuera recibió la indemnización estadunidense no ha vuelto a verla, tampoco a sus nietos. Sólo sabe que los dos varones emprendieron camino hacia Estados Unidos para encontrar una vida mejor, porque en San Pablo Anicano no llueve —pese a que el significado del nombre mexica es “camino de agua”, por estar a la orilla del río Tizaa— y la pobreza sólo puede mitigarse con los dólares que vienen del otro lado de la frontera para transformar esta comunidad.

Del millón de dólares que supuestamente recibió Mirna Huerta, después de comprobar la paternidad de Leobardo en favor de dos sus hijas Mariela y Lisset López Huerta, Ana no sabe nada. Sobre todo, porque recuerda que ella dijo que le dieran el dinero a la viuda; “ahora, ya ni me hablan”, dice.

San Pablo Anicano, con una población inferior a cuatro mil habitantes y enclavada en la Sierra Mixteca, la cual divide a Puebla con Oaxaca, vio partir a Leobardo López Pascual hacia Nueva York en 1998. Un año después empezó a laborar en la limpieza del restaurante Windows of the World, que estaba en el piso 107 de la Torre 1.

La casa está abierta

Esa vez, Ana recibió una llamada telefónica de su hijo, quien le contó sobre la suerte que tuvo de haber encontrado a un amigo que lo recomendó para ese empleo, sin saber lo que el futuro le tenía preparado.

El cuerpo de Leobardo nunca fue encontrado; empero, diversas pruebas practicadas a un cepillo de dientes, un peine, prendas de vestir y cabellos proporcionados por sus hermanos e hijos confirmaron la identidad del poblano originario del pueblo conocido como “El Relicario de la Mixteca”.

Luego de un víacrucis legal, el gobierno norteamericano traslado los restos a la ciudad de Los Ángeles, California, donde radicaban cuatro de sus hermanos y después de cumplir con algunos trámites realizaron el proceso de repatriación.

En el zaguán de la casa marcada con el número 53 de la calle Central Guerrero vive la familia López Pascual; nunca se ha cerrado, “porque espero que un día mi’jo entre por esa puerta, porque si llegara de noche, pienso que puede tocar y, al estar dormida, no pueda escucharlo, por eso siempre le dejo la puerta abierta, porque tengo la esperanza que un día vuelva abrazar a mi hijo”, dijo Ana en una entrevista en 2006.

Sigue la Cobertura Espacial: Bin Laden, la cacería

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