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Nacional

Historias perdidas de las Islas Marías

El centro penitenciario nació con la finalidad de mantener recluidos a los delincuentes de todos los grados de peligrosidad, incluidos presos políticos como el escritor José Revueltas, quien pisó la Isla Madre en 1932

Roberto Rodríguez Rebollo | 13-04-2022

Sobre el Océano Pacífico, cerca de 120 kilómetros separan a las costas de Nayarit del archipiélago conformado por el Islote San Juan, Isla María Cleofás, Isla María Magdalena y la Isla María Madre, conocido como Islas Marías. Es considerada Área Natural Protegida y Reserva de la Biósfera desde el año 2000.

 

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Con una extensión de más de 240 kilómetros cuadrados, se desconoce cuando fueron descubiertas. Se sabe que desde tiempos de la Conquista comenzaron a ser propiedad de particulares y su uso desconocido hasta 1905 que el gobierno de Porfirio Díaz decretó la conversión de la Isla María Madre en un penal federal.

En un principio, los presos adquirían un empleo para con ello integrarse a la vida productiva, por ejemplo, la producción de sal era una de las tareas más importantes dentro de la isla y de mayor desgaste para los internos debido a las condiciones en que desempeñaban su trabajo.

 

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A principios de los años treinta, bajo el mando del general Francisco J. Mujica, entonces director del presidio, se construyó el primer hospital formal que brindó servicios médicos a la comunidad penitenciaria y buena parte de la colonia de la isla.

Al respecto de la flora y fauna que prevalecía en el lugar, una publicación de Jueves de Excélsior de 1933 dice que “la fauna, desde luego, es sorprendente. Sobre la explosión de esmeraldas de la vegetación tropical los relámpagos verdes de los loros; la presencia fugazmente errátil de venados, borregos salvajes, iguanas gigantescas, y lo más peculiar: las corpulentas boas domesticadas que los colonos usan para exterminar las ratas, y cuyas elásticas y repugnantes contorsiones sorprenden al visitante aun en el mismo interior de las habitaciones”.

 

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Durante las décadas de los treinta y los cuarenta, los prisioneros que presentaban un comportamiento ejemplar dentro de la prisión se ganaban el derecho de poder vivir con sus familias en la isla, situación que propició la apertura de actividades como la agricultura, la pesca y oficios comunes con remuneración digna, así como una convivencia cotidiana más amable más allá del océano.

 

 

VIDAS PERDIDAS EN EL TIEMPO

Mujeres y hombres de todas las edades convivieron en aquella cárcel donde vivían también los hijos de los reclusos que decidieron emprender un nuevo camino en la lejana isla del Pacífico mexicano. Los documentos fotográficos del acervo histórico de Excélsior muestran a niños tras un balón de fútbol; las mujeres que desempeñaron un importante papel en el desarrollo de la actividad económica del lugar. Por otro lado, los ancianos condenados a diferentes tipos de penas esperando que el tiempo lograra separar el vínculo con sus acciones.

El centro penitenciario nació con la finalidad de mantener recluidos a los delincuentes de todos los grados de peligrosidad, incluidos presos políticos como el escritor José Revueltas, quien pisó la Isla Madre en 1932 y 1934 por su participación política dentro del Partido Comunista Mexicano. Mujeres como Concepción Acevedo de la Llata, mejor conocida como la “Madre Conchita”, acusada de ser la autora intelectual del asesinato de Álvaro Obregón en 1928.

Uno de los suplementos de El Periódico de la Vida Nacional, Jueves de Excélsior, publicó un recorrido realizado por la cárcel de Islas Marías en 1934, donde relata la vida de algunos personajes pertenecientes a la colonia de reclusos. La cruel historia de un hombre homosexual que asesinó a cuatro de sus amigos y dijo no arrepentirse de haberlo hecho.

La muerte de un cocainómano que fue privado de su dosis de droga. Un médico explicó que solo duró trece días sin la sustancia hasta que perdió la vida. Otra mujer que nunca aceptó los delitos que cometió, padecía fiebres severas ocasionadas por problemas de salud después de un parto, afirmaba dormir todas las noches con el diablo.

Las páginas de Excélsior mencionan a personas como Silvana Castillo, una mujer que, junto con su hijo mayor, estaban en la isla por haber asesinado a su esposo. A inicios de la década de los setenta Silvana se desempeñaba como trabajadora en el comedor infantil de la prisión.

 

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En los años sesenta, Revista de Revistas documentó el caso de José Ortiz “El sapo”, un exsargento del ejército que llegó a la prisión del archipiélago luego de asesinar a un total de 149 personas, según afirmaba el mismo prisionero. En esos años, “El sapo” pedía la intervención del presidente Adolfo López Mateos para reducir su sentencia a falta de seis años para abandonar la isla.

 

 

 

 

Otro delincuente recluido en los mismos años de José Ortiz era Francisco Hernández Navarro, alias “Pancho”, desde la adolescencia se dedicó a robar cayendo en la cárcel en varias ocasiones. Logró escapar de la penitenciaría de Lecumberri limando los barrotes de su celda. Después durante una riña con agentes secretos resultó un muerto a tiros, y Pancho huyó para luego ser detenido y condenado a 25 años de prisión en las Islas Marías.

Pancho convivió en la isla con la “Madre Conchita” y con María Elena Blanco, famosa en aquellos tiempos por haber asesinado a su esposo. Con el paso de los años aprendió el oficio de sastre del que obtenía ingresos para vivir. Por buen comportamiento salió a los 21 años de la prisión, se ganó su libertad a base de trabajo. Llegó a la Ciudad de México. Su tía de avanzada edad lo recibió. Pancho visitó la Basílica de Guadalupe para perderse entre las calles ya convertido en un hombre regenerado tras haber pisado el centro de reclusión de la Isla Madre.

 

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“Policarpio Asencio se lleva las manos a la cabeza y piensa en su larga condena: 63 años en prisión. Su expediente dice sencillamente: Fecha de salida: 2019”.

Otra historia es la de “Pancho Valentino, ex luchador de gran cartel, que está aquí por haber dado muerte a un sacerdote y que ahora es bibliotecario, sigue haciendo deporte y se ha propuesto instruir a los reclusos”, que se puede leer en la edición de Excélsior del 09 de noviembre de 1970.

 

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La referida publicación de Revista de Revistas cuenta la vida de “El tigre”, un hombre peligroso que ingresó a la prisión por asesinato. Posteriormente sus buenos dotes de liderazgo le llevaron a estar al frente de cuadrillas enteras de hombres de trabajo. Fracasó en todos sus intentos por mantener una vida al margen del delito. En cada caso mató a uno de sus compañeros, tres en total, bajo los influjos del tepache. Finalmente “El tigre” fue trasladado a una prisión especial custodiada por militares.

MÁS CERCA DEL FINAL

Con el paso de los años las actividades productivas para el sustento dentro de la colonia se fueron ampliando, se agregaron áreas deportivas, educativas. Además, el centro de readaptación contaba con una biblioteca, taller de teatro y otras áreas de recreación donde cientos de condenados convivían a diario, cada uno con su historia particular.

En la década de los noventa la Comisión Nacional de los Derechos Humanos recibió un gran número de recursos de queja, por lo que, presionó a las autoridades para terminar con las irregularidades cometidas en las Islas Marías como el tráfico de alcohol y estupefacientes, maltrato de internos, además de la práctica de procedimientos irregulares en la isla. A pesar de ello, hasta el año 2000 se registraron solo 68 casos de fuga, quienes arriesgaron su vida

En noviembre del 2000 se publicó en el Diario Oficial de la Federación un decreto mediante el cual se declaró al archipiélago de las Islas Marías como Área Natural Protegida. Con carácter de Reserva de la Biosfera. Otro decreto de 2019, desincorporó al complejo penitenciario de las Islas Marías del Sistema Federal Penitenciario, con lo que se busca se convierta en un centro ecoturístico.

 

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Las Islas Marías lograron revolucionar el sistema penitenciario mediante su concepto de colonia penal; un lugar donde se pagaba una condena mediante la privación de la libertad, desarrollándose en un entorno abierto que permitía establecer vínculos laborales y sociales con la barrera del Océano Pacífico de por medio, de la que no podían escapar.

 

 

 

 

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«pdg»

 

 

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