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Nacional

El recuento que no queremos ver: somos un país obeso

Las causas son diversas. Desde los malos hábitos de vida, mala alimentación y falta de ejercicio físico, factores genéticos y orgánicos, factores socioeconómicos, hasta factores psicológicos

Pedro Díaz G. | 20-12-2016

CIUDAD DE MÉXICO.

Dicen que el fenómeno se duplicó en el mundo a partir de 1980. 

Y que la obesidad, para 2008, se había apoderado de mil 400 millones de cuerpos humanos. Todos, mayores de 20 años, tenían sobrepeso, pero peor aún, 200 millones de hombres y cerca de 300 millones de mujeres ya eran obesos.

Las cifras y los kilos extras muy pronto contagiaron a otra buena parte de la humanidad: para 2010, alrededor de 40 millones de niños menores de cinco años tenían sobrepeso. Y nació entonces la ropa talla XXL. Extra extra grande. 

El mundo entero sufre de este mal. Pero México, esta semana, se convirtió por primera vez en campeón mundial del sobrepeso. 

Las causas son diversas. Desde los malos hábitos de vida, mala alimentación y falta de ejercicio físico, factores genéticos y orgánicos, factores socioeconómicos, hasta factores psicológicos. 

La mayoría de los investigadores han concluido que la combinación de un consumo excesivo de nutrientes y el estilo de vida sedentaria son la principal causa de la rápida aceleración de la obesidad en la sociedad occidental en el último cuarto del siglo XX

Todos los conocemos; nos los encontramos en el metro, en la calle, en la oficina; están dentro de la casa. Pueden ser tu hermano,  tu novia. Tú mismo. 

¿Qué tanto sabemos de ellos? ¿Por qué amargas situaciones se cruza una persona con obesidad? 

Lo que sigue no te lo puedes perder.  

Odio sinsentido

Cuando Margarita Boites cursaba primer año en la secundaria número 44, en el oriente del DF, había un chavo de tercero que la perseguía implacablemente.

Le tenía mucho miedo. Mentira. Miedo no, era terror. Ya no recuerda ni su nombre, pero no olvida su cara ni su voz:

“Pinche gorda”, “hay que ir al baño más seguido”, “bolsa de pedos”…

Era tal su angustia que todos los días pensaba cómo hacer para no pasar por ahí y topárselo.

Él nunca se había atrevido a agredirla físicamente. Ni falta hacía. Pero sí la amedrentaba todo el tiempo.

En una ocasión, la ofensa se desbordó: caminaba Margarita por el patio cuando su compañero le aventó un raspado a la falda así, gigante, rojo. Parecía sangre. Se fue al baño a llorar y lloró mucho. Lavaba su falda y lloraba. Lavaba su falda. Lloraba.

Como no entró a clases, sus compañeras la buscaron y al enterarse acusaron al agresor.

La trabajadora social, indignada, llamó a ambos.

Y Margarita se atrevió a decirle al muchacho en su cara todo lo que sentía. “Siento un miedo enorme por ti, pero siento más mucho odio, te lo juro, mucho. Quisiera que te murieras ahorita. Y así, muerto, te escupo”.

La trabajadora social amenazaba al adolescente:

–Te voy a suspender.

–No, por favor, perdóname –suplicaba él a Margarita.

Pero no.

–Nunca te voy a perdonar. Ojalá te murieras.

Tenía 13 años Margarita. Pesaba 110 kilos.

He sufrido muchas cosas que ni mi familia sabe. Muchas. Fue algo muy fuerte y muy cabrón. ¿Te imaginas, una niña de trece años maldiciendo llena de miedo, ira y rencor? ¿Por qué? ¿Por gorda?”

No es un juego

Hoy los niños presentan dolencias antes únicamente diagnosticadas a los adultos. Las enfermedades que hoy los afectan integran un catálogo aterrador:

Problemas pulmonares y en vías respiratorias.

Asma o alteraciones respiratorias durante el sueño.

Cálculos biliares e hígado graso.

Pubertad precoz.

Quistes ováricos y atrofia del órgano sexual masculino.

Insuficiencia renal por diabetes.

Trastornos en el metabolismo de las grasas, colesterol alto, hipertensión.

Tendencia a la trombosis e inflamación de los vasos sanguíneos.

Deformación en los pies, deformaciones de las piernas hacia adentro o hacia fuera.

Deterioro de la cabeza del fémur y riesgo de fracturas del antebrazo.

Trastornos neurológicos y psiquiátricos, como un ligero aumento de la presión intracraneal, dolores de cabeza.

Alteraciones de la visión y depresión...

Pero hay algo mucho peor: la baja autoestima.

Los niños no están comiendo bien

Esa combinación de dietas erróneas, aunada a la falta de ejercicio, ocasiona no sólo exceso de peso sino personajes mórbidamente obesos. Y esto no es un mero calificativo. Significa que su inusual tamaño les conducirá inevitablemente a una muerte prematura por enfermedades como diabetes tipo dos o enfermedades cardíacas.

Su cotidianidad son las charlas sobre los nuevos regimenes nutricionales, las bandas gástricas, o sujetar con grapas el estómago, cirugía que les representa la única opción para asegurarse un mejor futuro.

A pesar de la amplia disponibilidad información nutricional en escuelas, consultorios, Internet y tiendas de comestibles, es evidente que el exceso en el consumo continúa siendo un problema sustancial

Pero no. Después de pagar decenas de miles de pesos ese futuro se vuelve angustiante realidad que conlleva, después de graves síntomas de desajustes, a una obesidad aún mayor que la inicial.

Hoy los niños presentan dolencias antes únicamente diagnosticadas a los adultos. Y esto, en sí, ya es aterrador.

Ni lo pienses, gordita chistosa...

Ya tiene novio Margarita. Se llama Leonel y juntos cursan filosofía. Por su propia condición, por su gordura, pues ya pesa 150 kilos, ella todo se lo perdona. Leonel la hace como quiere.

Él toma mucho, así que un día Margarita lo alcanza en la facultad, lo acompaña a beber y ya borracho Leonel la agrede: “Qué dijiste: a este güey ya me lo conchabé. No, gordita chistosa, ni lo pienses...”

A ella no le importa. Todo lo soporta por irse con él, como se lo había prometido: “Quédate a dormir conmigo”, le pidió Leonel.

Ella, fascinada: “Sí, órale. Sí, sí…”

Pero luego la insultó: “No, mejor me quedo con la otra chavita que me vino a ver”.

La burla le encendió la sangre. Margarita tenía una cuba en la mano y estalló:

“¡Qué te pasa! Eres un pobre pendejo, y yo más de pinche imbécil, por estar aquí oyéndote. Pinche mono. ¡Chinga tu madre cada vez que te lata el corazón. Cada vez que respires!”

Clásico: rompí una banca

En la primaria Carlos una vez interrumpió la clase con el estruendo de sus casi 60 kilos cayendo de súbito, ante las miradas y las risas burlonas de sus compañeros. Pareciera un lugar común. No lo es.

--Yo ya no quería regresar a la escuela. Porque si bien había mucha gente que se burlaba de mí, ese momento fue especialmente desastroso. Yo viví muchos, muchos, muchos años pensando y asegurando que la rompí por mi peso. Porque era una banca normal y yo era el anormal. Pero ya con el paso del tiempo, ya con más lógica piensas que esa banca estaba mal, de algo, que no la pude haber roto: si yo pesaba en ese entonces unos 50 kilos, ó 60, ¿por qué se sentaban adultos de 70 u 80 kilos sin problemas? Ya reflexionándolo siento que yo no la pude haber roto.

Por primera vez en la historia, el número de personas con sobrepeso comienza a equipararse con el número de personas subnutridas en todo el mundo

El dolor físico nunca pudo compararse con lo angustiante de los años por venir. A muchas de las anécdotas de Carlos les ha salido una coraza. Como un acto de defensa no logra recordar bien a bien los insultos, los malos ratos, las humillaciones. "Los tengo bloqueados", advierte.

Y cuenta:

Ese día me pegué horrible, estaba yo en la orilla, era uno de esos mesabancos donde caben dos niños, y yo estaba en la orilla, se rompió y quedó una tabla como rasgada que me rasguño la espalda durísimo, pero lo que más me acuerdo no es del dolor sino de las burlas. Horribles. Iba en cuarto año. El maestro me defendió. Yo creo que por eso recuerdo hasta su nombre: Humberto Jaimes Jaimes. Era malo, académicamente, un normalista. Pero me defendió.

¿Alguien sabe?

No me quiero embarazar pesando 130 kilos, como ahorita. Es más, no sé si podría embarazarme, no lo sé, nunca me he embarazado. ¿Alguien lo sabe? Sí siento a veces como que mi reloj de mujer para ser mamá se me está terminando. No sabes. Soy todo un estuche...

De quién es la culpa

Los analistas se han dedicado a investigar en los últimos tiempos, cuáles son los factores para el surgimiento de esta nueva generación y entre ellos se encuentra la gran cantidad de comerciales de comida chatarra emitidos en la televisión durante las horas de dibujos animados, el bajo número de horas dedicadas diariamente al ejercicio físico moderado recomendado para los niños: 60 minutos; e inclusive se ha descubierto cosas tan inverosímiles como que últimamente se ha multiplicado el riesgo de que los hombres que observan más de 21 horas semanales la televisión, están en mayor riesgo de contraer diabetes. Pero la obesidad mórbida no es problema local. Millones de pequeños en el mundo sucumben a la tentación de una buena tarde abriendo las puertas del refrigerador. Obligada por los números, alertó la Organización Mundial de la Salud: estamos ante la plaga del siglo XXI, una amenaza que afecta por igual a países ricos o pobres.

El enemigo tres veces al día

Yo creo que fui de las primeras de esa generación extra extra grande de la que hablas. Yo siempre fui gorda. Y ahorita en esta época volteo y veo pura gente gorda. Yo antes causaba mucha sensación, porque era una niña muy muy gorda. Pero era la única. En la secundaria era la más gorda, tengo mi foto de segundo de secundaria y yo era la única gorda. Si acaso una que otra gordilla, pasadita. Pero ahora volteo y la que no está como yo está más. Fui a ver al ginecólogo, por que me dio mucho miedo después de que se murió una amiga a la que le decíamos La Gorda. Y aparte, porque de gordo te dan muchas culpas. Porque mira, un alcohólico es una persona que si dice no tomo, no toma. Sí le da el síndrome de abstinencia, sí le dan ganas de chupar, pero se aguanta. Un doctor me decía: es un vicio. Y otro cuate no, no es un vicio. Es un exceso. Y otro más, y en eso yo estoy súper de acuerdo: con el alcohol tú cierras tu cantina y no la vuelves a abrir en seis meses, porque sabes que te hace daño. Pero la comida es algo con lo que tienes que lidiar tres veces al día. Por lo menos. Y eso sí está muy cabrón.

No existe el gordito feliz

Mucho menos, cuando se trata de asistir a entrevistas de trabajo, pulcramente vestidos pero con decenas de kilos de peso destrozando cualquier buena presentación.

--No, terrible, hay muchísima discriminación. Esa fue una de las cosas claves por las que decidí ponerme a dieta, porque iba a las entrevistas y no me llamaban, y no me llamaban. Hubo una muy clara, para una empresa farmacéutica, como representante médico. A mí no me interesa esa área de la química, pero como no tenía nada, yo iba a todas. Hacía todas las entrevistas. Esa empresa está en el World Trade Center. Me acicalé bien, fui de trajecito y todo. A llegar me dieron la solicitud, salió la entrevistadora y no me recibió, de plano. Nada más me vio, y fuum, me barrió de arriba para abajo, y me dijo "no, no te puedo hacer la entrevista". Le pregunté, por qué no. "Es que en el anuncio decía buena presentación", respondió. Y yo: "pero vengo de traje". "No", me dijo, "no te puedo atender". Era más que obvia la razón: el sobrepeso. Igual en otro lado. Y en otro y en otro.

Una vez fui a hacer otra entrevista donde tampoco me aceptaron. Reunía todos los requisitos. Todo iba bien, pero al final el entrevistador me empezó a preguntar cosas como: "Dígame, y de su vida qué cosas quisiera mejorar". E inconscientemente, o más bien muy consiente uno trata de evitar el tema del peso. Uno piensa, no pues el idioma, tal vez. Mejorar el inglés. O sea, uno le da la vuelta. Y yo sabía que era con respecto a la gordura. Hasta que fue directo y me preguntó: "Qué piensas hacer con tu peso". Y sí me dijo, "es algo difícil, realmente. Mira, aquí no te podemos contratar". Y me advirtió: "creo que muy pocos lugares lo harían". Pues sí.

--Cómo saliste ese día de ahí.

--Mal.

--¿Deprimido?

Preocupado, muy preocupado. Y sí, inmensamente triste, tan triste como nunca jamás. Ese día, como ningún otro, llegué a la conclusión de que no existe el gordito feliz; es una farsa.

Los doctores no me creen

Margarita desde siempre ha intentado lo imposible: bajar de peso. Va con un médico y con otro y con otro, con nutriólogos, con sicólogos, con bariatras. Todos le recetan hacer una dieta…

Y es que lo ven muy sencillo. Todo es muy sencillito, mire: vamos a hacer esto, y vamos a hacer esto otro. Y yo, sí, está bien. Y en una semana bajo medio kilo; y en la próxima subo un kilo. Y yo digo: qué pasa. Y te empiezan a dar culpas. “Pues es que ya estás vieja. Ya está ruca, tu cuerpo ya se amacizó”.

Asistió alguna temporada con un médico de nombre David Picaso. Un personaje sensacional.

Ella le decía me siento muy mal, tengo unos dolores de cabeza enormes y él como se metía en su personalidad, la trataba muy bien, y le seguía recetando una dieta de hambre.

Y no. Nunca me creyó. Yo dejé de ir con él porque nunca me creyó. Me decía: Sí, ya sé, los gordos, sus mañas… Se inventan cosas… Nunca me lo creyó. Y bueno, pues a visitar a otro.

Y las dietas. "Y ya salió una nueva receta para adelgazar. Y ya salió una nueva dieta. Y todo lo que habías hecho anteriormente, no sirve. Y ahorita lo inn, ahora sí que hasta de moda se habla, es tomar mucha agua, hasta dos litros al día. Y que además sea cero sales. Ya ni el agua es lo mismo: no tomes la de sales porque te sube la presión, te dicen… Y es algo bien difícil. Antes no se hablaba de tomar agua. Ha habido un cambio de sensibilidad. Tú ibas a una casa de visita, un domingo a comer, y jamás te decían si querías agua. No. Era hasta de mala educación. “Quieres un refresquito o una cerveza”… Era muy diferente. Y ahora: “¿No te tomas cuatro litros de agua diario? Uy, entonces no estás inn.

Sinónimos de pecado capital

Existe una gran carga de estigmatización y discriminación hacia los pacientes obesos y se considera que ellos mismos son responsables de su problema: se dice que son flojos, débiles de voluntad; incluso la glotonería se considera un pecado capital.

Se ha demostrado que las pérdidas modestas de peso entre 7 y 10% reducen significativamente la morbimortalidad. Sin embargo, estos logros rara vez satisfacen a las personas obesas, quienes desean tener un peso normal; los adolescentes, incluso desean tener un peso por debajo del normal para su talla y constitución.

De no atenderse con dietas, ejercicio y un cambio en el estilo de vida, los pacientes están condenados a sufrir situaciones como problemas de actitud y psicológicos.

Papá odia a los gordos

Sufrió Margarita cierta velada discriminación familiar. Numerosa familia, tuvo la mala suerte de que su padre, lo confiesa, fuese doblemente racista. No soportaba a los morenos ni a los gordos. Y ella, desde niña, fue un motivo de vergüenza para él, e inclusive para sus hermanas.

--Mi hermana Rosario siempre me trató muy mal. Y bueno, hasta mi papá mismo me dijo alguna vez: "Pues qué pasa contigo. Yo creo que Chayo o la Chona comen mucho más que tú. No entiendo por qué estás tan gorda". Y siempre desde niña, sientes muchas culpas. Sientes que no te mereces el estar delgada. Que no te mereces nada, porque así te lo han hecho creer. Y todo el mundo se ha preocupado por que bajes…

Pero siempre las bromas giran en relación con los gordos. Yo me acuerdo mucho que cuando entré a la escuela de enfermería, yo no estaba tan gorda. Y decían. "Cásate con Margarita, ándale, es súper a todo dar. Nomás no le das de comer". Y sí, esas eran las bromas de mis compañeras. O me enseñaban un refrigerador, así, vacío. O cuates que te decían: "pues yo sí estaría contigo, pero"… Son cosas que sí marcan tu identidad.

La agresión venía, en ocasiones, del mismo seno familiar. Margarita.

--Fíjate que de mis hermanos los chicos yo sentía como mucho amor. De mi hermana Asunción, muy así, muy protectora de nosotros, también mucho amor… Pero hay una hermana que se llama Rosario. A ella le daba mucha pena que yo estuviera tan gorda. Ella me lleva 13 años. Y siempre me trató muy mal. De niña me trató muy mal, muy manchada, me pegaba. Mis papás nunca me pegaron y ella sí, a escondidas. Y tenía un novio dueño de una paletería. Ella me decía, acompáñame con José Luis, ándale, y te comes una paleta. Y el paletero le comentaba a mi hermana, "oye, por qué Margarita está tan gorda. ¿Qué no le ponen atención?" Y a Chayo eso le daba mucha pena. Y yo pensaba cómo ella, si yo tenía 10, ella tenía 23, y ya era una mujer, por qué no le decía: "Con mi hermanita no te metas, güey. O qué chingaos te importa esté como esté, tu yo somos novios, pero ella qué". Pero no. Al contrario. Ella me insultaba o me hacía llorar delante de la gente. Me amenazaba: “A ti no te compro ropa porque no te queda”. Y ahora sale con que sufría mucho por mi gordura. No creo que nunca tanto como yo.

Ya estoy harta

La verdad es que yo estoy harta. De que toda mi vida gire alrededor de lo mismo. Ahorita, para venir aquí, me desperté muy temprano, porque tomo agua todo el día. Voy al baño todo el día y toda la noche. Me levanté en la madrugada al baño, y ya no pude dormir. Y dije: bueno, voy a aprovechar para dejar la comida hecha. Verduras y eso, que son tan laboriosas.

Toda mi vida ha girado en torno al peso. Y fíjate que yo nunca me he sentido mal, físicamente. Apenas hace como de un año para acá, empiezo a sentir molestia en las rodillas, un poco de presión alta. Y bueno, no tengo ni el pie plano, ni nada de eso. Y entonces me dije: qué nunca voy a acabar una carrera, nunca voy a hacer nada, nunca… Ya estuvo. Ya no me voy a preocupar del peso, bueno ya… Pero en una semana subo cinco kilos...Ya no sé qué hacer, para dónde hacerme, a quién consultar. Ya estoy desesperada.

Una cita con el brujo

Te lo juro que yo me he inyectado muchas cosas en el cerebro, me he inyectado seguridad para poder sobrevivir. Una vez en la facultad una amiga me dijo, oye, vamos con un brujo. Y yo, que no creo en eso, ni en las cartas, ni en el café, jamás he creído en algo así, fui. Pues claro, para adelgazar. Pues qué buen pedo, vamos, ¿no? Y el brujo, en realidad él se autonombraba brujo, era en realidad un güey a toda madre, ¿no? Y ya que nos empieza a ver los ojos. Y no, pues tú tienes esto y tú tienes lo otro. Y nos dijo, a ver, esto se va tratar de no alimentar más la enfermedad. Vamos a hacer un ayuno. Y sí, a mis amigas les mandaba ayunos de una semana, de diez días. Pero a mí al sólo verme me recetó, de broma, un año de ayuno, pero en serio: 26 días. Y al día 18 de no comer, cuando yo de verdad olía el aroma de los tacos a 20 cuadras de la casa, teníamos que bebernos nuestra orina. Y yo, que no creía en eso, lo hice. Me la tomé. Pues cómo no: si el brujo me prometía una figura esbelta, delgada. ¡Claro que valía la pena!..

Un favor en voz baja

Hace poco --finaliza Margarita Boites-- me subí a uno de esos peseros que son combis. No había lugar atrás, pero sí adelante, al lado del conductor. Trabajosamente me subí, pero al sentarme escuché así, muy bajito, su reclamo. Me dijo: "si no me pagas doble, no te subes"... Pero ya estaba arriba: te fijas, pretendía bajarme. Yo le contesté también así, como en un murmullo: "Cóbrame triple, pero no lo digas fuerte, no lo grites, por favor".

 

 

 

 

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