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Leópolis, la última parada antes de huir

Esa ciudad del oeste de Ucrania no ha sentido la furia de la artillería y la aviación rusa, por lo que cada día un promedio de entre 30 y 40 mil personas pasan por la estación de tren de Lviv

Pascal Beltrán del Río. Enviado | 06-03-2022
Fotografía: Pascal Beltrán del Río

 


LEÓPOLIS, Ucrania.— Día diez de la invasión rusa. El reloj digital de la Vokzal, la estación de trenes de Leópolis, marca las 14 horas y una temperatura ambiente de dos grados.

Olya y Alex, dos músicos de esta ciudad, llevaron un piano casi hasta la entrada de la terminal. Todo el día han tocado. Ella me dice que es para alegrar un poco el trance por el que están pasando los pasajeros: tanto de los que llegan desde diferentes ciudades de Ucrania, huyendo de la guerra, como el de quienes buscan subirse a alguno de los trenes de evacuación que salen todos los días de aquí a la frontera polaca.

La primera vez que visité la estación, hace dos días, eran más los que tomaban la ruta del exilio que los que llegaban aquí. La relación ya se invirtió, por mucho. Ahora, por cada uno que intenta irse, llegan dos o tres. Unos y otros traen en el rostro la angustia de la incertidumbre. En maletas y bolsas cargan las pocas pertenencias que pudieron empacar. Muchos traen una mascota, ya sea en una jaula portátil, en los brazos o metida en el abrigo.

Los recién llegados se topan con una dura realidad: si no tienen parientes o amigos que los reciban en Leópolis, es muy difícil encontrar alojamiento. Esta urbe, la más importante del oeste del país, ubicada a unos 70 kilómetros de la frontera con Polonia, tiene hoy una gran población flotante.

Los hoteles están llenos y los lugares para rentar son escasos. A muchos se les ve deambulando por el centro histórico y por la avenida Gorodotska, que cruza la ciudad de oriente a poniente. Mientras nevaba, uno se los encontraba en las bancas de los parques, en los cafés y en los pocos restaurantes que siguen dando servicio.

El ayuntamiento ha abierto albergues, como el que funciona en el teatro Kurbasa, en la calle del mismo nombre, donde se instalaron camas. Pero nada parece suficiente para el enorme flujo de desplazados que está llegando. El viernes pasado, el alto comisionado de Naciones Unidas para los refugiados, Filippo Grandi, calculaba en 1.2 millones el número de ucranianos que han salido de su país por la guerra. Probablemente la mitad de ellos pasó por Leópolis y, adicionalmente, decenas de miles siguen aquí, ya sea porque no han podido irse o porque no han tomado la decisión de hacerlo –esperando cómo evoluciona el conflicto—o no quieren emigrar.

Un promedio de 30-40 mil personas pasan por la estación de tren de Lviv todos los días.

Algunos esperan un tren a Polonia, algunos toman el autobús a la frontera, algunos se quedan en Lviv.

Decenas de organizaciones y cientos de voluntarios están haciendo todo lo posible para garantizar la comodidad y el orden en la estación.

Nuestra estación nunca ha visto una cantidad tan grande de pasajeros. ¡Pero no dejaremos a nadie en problemas!

Esta es nuestra gente. Esta es nuestra guerra. ¡Y la victoria también será nuestra!

Cuídate y apoya a las Fuerzas Armadas de Ucrania”, posteó el alcalde Andriy Sadovyi.

En los próximos días, el flujo podría ser mayor, pues ayer comenzaron a ser evacuadas las personas que se habían quedado atrapadas –sin luz, agua corriente ni calefacción— en la ciudad costera de Mariúpol, sitiados por soldados invasores. Con ellos se volverán más largas las filas para salir del país, hacia Moldavia, por el paso fronterizo de Palanca, pero quizá también se incrementará el número de residentes temporales de Leópolis, ciudad que tiene, en cifras oficiales, 717 mil habitantes, la sexta zona urbana más poblada de Ucrania.

Ante el incremento, el alcalde —exaspirante presidencial en 2019— lanzó una advertencia a los dueños de hoteles y lugares para rentar para que no abusen de la necesidad de la gente que está de paso a causa de la guerra.

Lo cierto es que la población local ha salido a la calle para ayudar a los desplazados. Como Olya y Alex, con su piano, cientos de leopolitenses trabajan como voluntarios en los alrededores de la estación de tren —donde también llegan y se van autobuses repletos— sirviendo té y bocadillos a los viajeros.

El oeste de Ucrania no ha sentido —todavía, quizá habría que decir— la furia de la artillería y la aviación rusa, pero está lidiando, como no sucede en ninguna otra parte de Ucrania, con los efectos de la invasión sobre la población civil. Esto, al tiempo que se prepara para enfrentar la eventual necesidad de convertirse en la capital temporal del país en caso de que caiga Kiev en manos de los invasores rusos.

 

 

 

 

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