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Expresiones

“Ya no seré un Salinger”; NYT entrevista a Javier Marías

El célebre y controvertido escritor español aborda el pasado franquista de España

NYT Español Copyright: c.2019 New York Times News Service | 17-08-2019
El valle de los caídos. La basílica del cementerio español está coronada por una cruz de piedra de 152 metros, la más alta del mundo. Fotos: DPA / Notimex

CIUDAD DE MÉXICO.

Francisco Franco, uno de los pocos dictadores fascistas que murió pacíficamente en su cama, gobernó España durante tanto tiempo que muchos empezaron a temer que era eterno. Pero, a más de 40 años de su deceso, aún no se ha ido. Desde el gran funeral del caudillo, sus restos han estado sepultados en el Valle de los Caídos, un mausoleo monumental dedicado a las víctimas de la Guerra Civil española.

Cerca de Madrid, el sitio está conformado por una enorme basílica tallada en el costado de la cresta de una montaña de granito. El régimen afirmaba que el conjunto conmemorativo, que alberga los restos de cerca de 34 mil muertos del conflicto civil, tenía como propósito honrar a todos los que perecieron durante la contienda, pero en realidad se trata de un ejemplo de abuso sicológico a una escala histórica: miles de prisioneros políticos, muchos exsoldados republicanos, trabajaron entre 1940 y 1959 para construir lo que se convertiría en la última morada de su verdugo.

En junio, el Partido Socialista Obrero Español, hoy en el poder, anunció que exhumaría los restos de Franco y los sepultaría en un lugar menos llamativo. En la última década, el país ha estado eliminando los símbolos de la dictadura en espacios públicos, según la Ley de Memoria Histórica de 2007, y muchos consideraron que la decisión del gobierno se había tardado mucho.

Sin embargo, no todos estuvieron de acuerdo. En julio de 2018, casi mil simpatizantes de Franco se reunieron en el Valle de los Caídos, donde alzaron los brazos para hacer el saludo fascista y cantaron el himno de la Falange. En diciembre, el partido ultranacionalista Vox, baluarte de la nostalgia franquista, logró importantes victorias en las elecciones regionales. Conforme se acercaba el 80 aniversario del final de la Guerra Civil, las divisiones que siguen separando al país se manifestaban de una manera inquietante.

A principios de 2019, NYT contactó a Javier Marías, uno de los novelistas más celebrados de España, para preguntarle si estaría dispuesto a acompañar al rotativo a la ceremonia de exhumación. En Europa occidental, Marías goza de un gran prestigio cultural. Se han vendido más de 8.5 millones de copias de sus libros; todos, desde Roberto Bolaño y John Ashbery hasta los Nobel, J. M. Coetzee y Orhan Pamuk lo han llenado de elogios; durante años, ha estado entre los posibles escritores que podrían llevarse a casa el Nobel de Literatura. No conforme con el considerable territorio ficticio que ha creado, Marías también incursiona con frecuencia en el mundo real mediante una columna semanal muy leída, y controvertida, que se publica en el diario El País.

Y resulta claro que Marías se ha puesto plenamente al servicio del reconocimiento, pospuesto desde hace mucho, del pasado reciente de España. Durante los últimos años del régimen franquista se produjeron múltiples manifestaciones públicas, pero la rápida transición a la democracia liberal luego del fallecimiento del dictador fue, en gran medida, un proceso impuesto desde el poder. En 1976, como parte de un acuerdo de palabra conocido como “el pacto del olvido”, los fascistas acordaron ceder el poder con la condición de que nadie rindiera cuentas por los crímenes cometidos durante la Guerra Civil y la dictadura. “Todos aceptaron esta condición, no sólo porque era la única manera de pasar de un sistema a otro de manera más o menos pacífica, sino porque los que más habían sufrido no tenían otra alternativa y no estaban en condiciones de exigir nada”, escribió Marías en Así empieza lo malo, su novela de 2014, que se enfoca en un matrimonio largo e infeliz que comienza a desbaratarse durante el periodo posterior a Franco. “La promesa de un país normal”, agregó, “pudo mucho más que la vieja búsqueda de desagravio”.

Esta contrapartida moral y el silencio cultural que inauguró han sido un motor creativo para Marías. A menudo, sus novelas giran en torno a personas para quienes el olvido o la ignorancia consciente se han convertido en estilo de vida. Incluso cuando sus libros no se tratan explícitamente del franquismo suelen analizar las estructuras sentimentales que evocan a la dictadura. En Corazón tan blanco (1992), el narrador escucha un rumor perturbador acerca del primer matrimonio de su padre. En vez de investigar, decide que no quiere saber nada al respecto. “No quería saber, pero terminé sabiendo” es una frase que se convierte en un estribillo repetido a lo largo del texto.

Es por eso que asistir con Marías a la exhumación de Franco parecía apropiado. El escritor español del silencio y la negación, observando cómo su país finalmente encaraba lo que había estado fuera de los límites. Cuando por fin respondió, esa visión entusiasta se destruyó. “No podría importarme menos lo que pase con los restos de Franco, que los destrocen, los desechen o simplemente los dejen donde están”, escribió. Después, NYT llegaría a percibir que Marías considera que el actual régimen español de conmemoración es casi tan evasivo y deshonesto como la amnesia colectiva que remplazó. Accedió a hablar con el diario, pero dijo que jamás había visitado el Valle de los Caídos y aseguró que eso no cambiará.

 

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Javier Marías, escritor.

 

TODAVÍA DE IZQUIERDA

Gracias en gran medida al activismo realizado por los hijos y nietos de las víctimas de Franco, la España del siglo XXI ha recorrido un largo camino para derrocar este sofocante consenso moral. La Ley de Memoria Histórica de 2007 no sólo condenó oficialmente al régimen de Franco por primera vez, también proporcionó el apoyo del Estado a quienes buscan ubicar, exhumar y volver a sepultar a sus familiares que murieron en la dictadura, muchos sepultados en fosas comunes. Aunque acepta estos avances como necesarios y humanos, Marías ve prevaricaciones tras ellos.

El pacto del olvido fue aceptado de manera generalizada, dijo, no sólo porque le convenía a la clase gobernante, sino también porque redundaba en beneficio de muchos españoles ordinarios que fueron cómplices en la represión de los años franquistas y estaban felices de saber que el tema se olvidaría. Este es un matiz que a menudo se pierde en las polémicas contemporáneas, sobre todo las de una generación nacida tras la muerte de Franco que ha llegado a considerar la transición como una traición cobarde. El año pasado, Marías escribió la columna Una dictadura, necios, en la que reprendió a los que habían comenzado a atacar a la gente de su edad por permitir que Franco y sus secuaces salieran bien librados.

Ese tipo de acusaciones, argumentó, revelaban una “ignorancia criminal” de la historia, que a su vez volvía susceptibles a los españoles que creen en el “cuento de hadas” de que “el establecimiento de la democracia fue el trabajo del ‘pueblo’, cuando en realidad el ‘pueblo’, con excepciones, vitoreaba a la dictadura”. Si no hubiera sido por los líderes de entonces, provenientes de la era franquista, “es posible que esa dictadura hubiera sobrevivido otra década, con el consentimiento de muchos compatriotas”, dijo.

He hablado demasiado, algo de lo que de alguna manera me arrepiento”, dijo Marías. Se refería a su carrera como columnista, intelectual y generador de opiniones. En su época de estudiante, Marías estuvo involucrado con un grupo activista que adversaba a Franco y alzó la voz contra la dictadura en cuanto se eliminó la restricción a la prensa a fines de los 70.

Aún se considera un hombre de izquierda, pero, admite, se ha vuelto más conservador con el tiempo. Cuando habla de uno de sus temas favoritos —los excesos de la izquierda contemporánea, por ejemplo, o lo que considera su énfasis en asuntos culturales por encima de los económicos— emprende una misantropía apolítica que es más actuación que análisis.

Su expresión de arrepentimiento en efecto fue lo menos distintivo que dijo a NYT. “Estoy en un periodo de mi vida en el que no tengo ganas de revelar demasiado sobre mí”, continuó, con el rostro atrapado en un rayo de luz lleno de humo que provenía de las ventanas francesas. “Desde luego, ahora es demasiado tarde para convertirme en un Salinger”.

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