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Expresiones

El escritor Antonio Malpica traza la venganza de Sparafucile

En ‘El círculo, novela situada a finales del siglo XIX, se plantea la premisa de cometer crímenes, a sabiendas de que éstos quedarán impunes y que los ejecutará un personaje siniestro

JUAN CARLOS TALAVERA | 18-05-2021
Ilustración: Erick Zepeda
Ilustración: Erick Zepeda

CIUDAD DE MÉXICO. “¿Y si pudieras borrar de un plumazo a esa persona que te ha dañado o te ha molestado sobremanera?, ¿serías capaz de acabar con su vida si no tuvieras algún castigo por ello? Quizá, el simple hecho de saberte impune te haría pensarlo más de lo que quisieras admitir”, señala el escritor Antonio Malpica (Ciudad de México, 1967) a partir de su más reciente libro, El círculo, publicado por editorial Planeta, en el que un hombre enfrenta la infidelidad de su mujer y acaricia la posibilidad de cobrar venganza con la ayuda de Sparafucile.

Inspirado en Rigoletto, Sparafucile es un individuo siniestro, enfundado en una capa negra, sombrero cordobés y antifaz de ave, quien es el verdadero titiritero de esta trama; es el personaje oscuro que conduce los hilos de esta novela, ubicada en la Ciudad de México a finales del siglo XIX, una especie de Hannibal Lecter que ha creado una cofradía secreta para asesinar por venganza desde un trasfondo culterano.

La semilla primigenia de esta novela tiene que ver con Mateo Yáñez, un pianista cuya única fortaleza es su probidad moral, es decir, su único talento es el no ser una mala persona”, explica.

Pero luego de ser engañado por su mujer, surgió la necesidad de ponerlo a prueba, templarlo, y qué mejor que con Sparafucile, aunque también armado con esta idea macabra de dar libre salida a los instintos más bajos en forma de venganza en una ciudad dominada por la intriga, que viene de fusilar a Maximiliano de Habsburgo y de buscar cierta paz política y social, con escenarios mortecinos que recuerdan las atmósferas de Edgar Allan Poe.

En muchos de los cuentos de Poe los asesinos hablan en primera persona y se sorprenden de su propia capacidad de tomar un arma y acabar con la vida de un semejante”, abunda el autor, “justificándose en su propia desesperación, en la locura y lo que quise fue rodearla de este halo vetusto, siniestro y oscuro, muy del siglo XIX, para que el lector respirara esa atmósfera de carruajes, de luces que surgen de una flama”.

¿La novela se concentra en que el lector muestre su capacidad para evocar el mal e inclinarse por decisiones llenas de venganza? “Es una inquietud filosófica o un dilema moral que hemos enfrentado en nuestra mente. Imagina que te ofrezcan la posibilidad de hacer daño a quien te
ha afectado.

¿Lo harías o no?, pero todo queda en el terreno de la especulación, de la imaginación, donde Sparafucile muestra que, en el fondo, no somos más que bestias con buenos modales, pues siempre existe la posibilidad de llegar a extremos tremendos. En este punto me acuerdo de una obra de teatro de Alejandro Casona que se llama La barca sin pescador que tenía el mismo dilema moral. Al final, toda civilización está construida sobre algo así: empujar al abismo a alguien, mientras nadie observa lo que puede suceder”, asevera.

En tanto que Leticia es el personaje que encarna el deseo, pero no desde una posición de fragilidad. “Aquí el verdadero desafío era transgredir la norma y poner un personaje en esa época anquilosada, pero con una visión moderna, porque justamente quería una mujer de una amplia perspectiva, más dueña de sí misma y con una libertad de pensamiento que no fuera tan común en
ese momento”.

Además, el tema del flirteo, de la aceptación, la consumación y la continuación del romance es perfectamente trabajado por ella en su mente y en ningún momento se convierte en una víctima, sino que está en total control y eso me gustó porque le da sustancia a lo que siente por Yáñez y a lo que él siente por ella”.

¿Por qué utilizó un club de poesía para fraguar la infidelidad? “Es una total licencia autoral porque ni siquiera estoy seguro de que fuera algo común en la época, pero todo forma parte de ese plan para estudiar a una persona y pensar qué es lo que puedes hacer para aproximarte con cautela y sin ser rechazado”.

No me cuesta mucho trabajo imaginar que en todas las épocas hubiera poetas y poetisas aficionados a quienes les hubiera gustado leer su trabajo frente a otros como hoy lo hacemos en muchos talleres y sentirse contento por ello. De ahí surgió esa idea”, concluye.

 

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