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Expresiones

A 60 años de ‘Aullido’, de Allen Ginsberg

Este martes se cumplen seis décadas la primera lectura pública del poema que se convirtió en estandarte de la llamada ‘Beat Generation’

Luis Carlos Sánchez | 04-10-2015

CIUDAD DE MÉXICO.

Jack Kerouac iba de un lugar a otro consiguiendo dinero para comprar vino. Algunos se habían puesto a tono en el bar donde se citaron previamente, otros acabaron animándose con las tres garrafas de borgoña californiano de cuatro litros que Kerouac había logrado comprar con las monedas de diez y veinticinco centavos de dólar que fue recolectando. “Estaban allí todos. Fue una noche enloquecida”, recordaría después en Los vagabundos del dharma.

La noche del 6 de octubre de 1955, la voz de Allen Ginsberg (1926-1977) se convirtió en manifiesto, tenía 29 años y todos los testimonios coinciden en que ocupó su lugar en el escenario totalmente ebrio. No recitaba, tampoco cantaba o declamaba, “gemía” su poema Aullido (Howl) con los brazos extendidos mientras todo el mundo gritaba. Eran alrededor de las 23 horas; era “la noche del comienzo del Renacimiento Poético de San Francisco”, definiría Kerouac.

Ginsberg había trabajado en Aullido y otros poemas durante el verano, le llevó el manuscrito a Lawrence Ferlinghetti, quien había abierto dos años antes la City Lights de San Francisco, y después organizó un recital en la parte delantera de un garaje de Mission Distric, llamado la Six Gallery. El poeta miope, de cabellos alborotados, fue antecedido en el estrado por Phillip Lamantia (1927-2005), Michael McClure (1932), Gary Snyder (1930) y Philip Whalen (1923-2002), quienes también leyeron sus poemas.

Howl and Other Poems se públicó al año siguiente, en 1956, como el cuarto título de la serie Pocket Poets Series, de la City Lights Bookstore &
Publishers de Ferlinghetti. Poesía señalada como “obscena”, su segundo tiraje fue decomisado por la aduana estadunidense el 25 de marzo de 1957 y sus editores fueron encarcelados. Poco después, tras la defensa de críticos, profesores e intelectuales, un juez (Clayton Horn) habría de encargarse de darle su justa dimensión a la obra.

William Carlos Williams también lo había hecho antes, en el prólogo que apareció en la primera edición: “Este poeta mira todo alrededor a través de los horrores de los que él forma parte con muy íntimos detalles en este poema. No elude nada, tiene experiencias hasta el cuello. Contiene todo eso y hasta los reclama suyos y creemos, hasta se ríe de ello y tiene tiempo para proferir insultos y para amar a un compañero que él ha escogido (Carl Solomon, a quien está dedicado Aullido), además de grabar ese amor en un poema bien hecho”, de acuerdo con la traducción al español de José Vicente Anaya.

Aquella noche, en que se leyó Aullido, no sólo se llevó a cabo un recital. “Nunca antes había visto el mundo de esa manera. Es una nueva realidad que veo y escucho. Y pienso que así es con las grandes obras. Cuando se leen por primera vez, se dice: “Nunca he sabido que así sean las cosas. Nunca me di cuenta de que así es realmente el mundo”, describiría años después el propio Lawrence Ferlinghetti su experiencia en aquella velada.

Kerouac también fue enfático: “todo el mundo gritaba: “¡Sigue! ¡Sigue! ¡Sigue!” (como en una sesión de jazz) y el viejo Rheinhold Cacoethes (Kenneth Rexroth, 1905-1985), el padre del mundillo poético de Frisco, lloraba de felicidad.” Esa noche comenzó también la impetuosa irrupción de un poema, hoy convertido en icono, y bandera de toda una generación, cuyos alcances llegan a México y continúan cimbrando hoy a los lectores.  

A Jorge García Robles se le reconoce haber difundido a los beatniks en estas tierras, tan atractivas para todos ellos. Pero fue José Vicente Anaya quien inició la traducción de la obra de Ginsberg en 1976. Hace nueve años, a propósito del medio siglo de la apuración en forma de libro del poema, dijo: “No hay nada parecido al Aullido de Ginsberg en lengua castellana y eso es explicable porque él vivía otra historia, otro país, tenía otras confrontaciones”.

La del gurú beatnik era una generación “contestataria, radical”; de “jóvenes
desencantados de su país, de sus estructuras, sus gobernantes, y eso expresa en la radicalidad de su poesía; no trataron de cambiar la sociedad, sino de salirse de ella; entregaron su vida hasta el límite, lo cual hace una enorme diferencia”, declaró al presentar su traducción en septiembre de 2006.

Ernesto Priego, editor de The Comics Grid, piensa que Howl “es uno de los artefactos culturales más importantes de nuestro tiempo. No se puede pensar la poesía desde la posguerra sin este llamado a tomar conciencia de la alienación de la vida urbana, del empobrecimiento de la experiencia, de nuestra incapacidad para ver el mundo y la vida en términos de Ginsberg, ‘sagradamente’, lo que significaría, en realidad, la dolorosa pérdida de nuestra capacidad para entender el mundo poéticamente.”

Cuenta Priego que el libro de 57 páginas fue impreso en las islas británicas por Villiers, con un tiraje de mil copias que se vendieron en 75 centavos de dólar cada una. Agotado rápidamente, Howl and Other Poems entró nuevamente a imprenta para producir un segundo tiraje; de éste, 520 ejemplares fueron confiscados por el agente aduanero Chester McPhee al considerar que “que la escritura y el sentido son obscenos (…), a usted no le gustaría que llegara a manos de sus hijos”. Tras el suceso, Ferlinghetti y el gerente de su librería, Shigeyoshi Murao, fueron detenidos.

Una vez esquivado el juicio, la fama de Howl se disparó y sus ventas alcanzaron las diez mil copias al finalizar el proceso legal y obtener sentencia absolutoria. Ginsberg iba camino a convertirse en celebridad (Ferlinghetti lo había pronosticado esa noche de su primera lectura cuando envió al poeta una nota en la que se leía: “Te saludo al comienzo de una gran carrera”), recibió propuestas para realizar lecturas en todo el territorio estadunidense y su libro se convirtió en uno de los poemarios más vendidos en la historia de la Unión Americana. Siempre ha sido publicado por la City Lights Books, que sigue en pie en gran medida gracias a ese long-seller en que se ha convertido.

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