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Expresiones

Victoriano Huerta, su camino hacia el exilio

El 15 de julio de 1914, el usurpador salió de la capital rumbo a Veracruz para abandonar el país, luego de que gobernó 17 meses

Luis Carlos Sánchez | 14-07-2014

CIUDAD DE MÉXICO, 14 de julio.- Entre el desorden de la habitación, un pedazo de tela llamó la atención de quienes se habían dado a la tarea de poner todo en su lugar. Victoriano Huerta (1850-1916) y parte de su comitiva habían pasado tres noches refugiados en aquella habitación del Hotel Colón, esperando que el buque Dresden les llevara fuera de México. Entre el temor, la prisa de la fuga y el ambiente alcoholizado que había perdurado allí, olvidaron la Bandera Presidencial, último recuerdo del poder que ahora se extinguía para el usurpador.

Por aquellos años la ciudad de Coatzacoalcos, Veracruz, era conocida como Puerto México. El Colón era su hotel más conocido y lujoso; enfrente estaba también La Marina, el bar del pueblo al que el general Huerta enviaba por botellas de coñac Henessy, su bebida preferida. La ciudad no superaba los 30 mil habitantes y aún conservaba el aire inglés que le habían dado los empresarios petroleros que ahí se habían asentado.

Victoriano Huerta, el indígena de Colotlán, Jalisco, que se había hecho del poder tras arrebatárselo a Francisco I. Madero, había llegado a Puerto México la mañana del 17 de julio de 1914, después de haber renunciado a la Presidencia del país, donde permaneció 17 meses. Coatzacoalcos sería el último lugar del país que pisaría. La siguiente parada era el exilio.

Una centuria después de que Huerta inició el viaje que le llevaría fuera del país, las huellas de su paso prácticamente han sido borradas. Los detalles de sus últimos días en México y la ruta que siguió para llegar a Coatzacoalcos aparecen desdibujados y escasamente documentados. Huerta debió partir en medio de la zozobra, alejándose de la ruta más lógica para llegar al puerto de donde huiría, siempre custodiado y refugiándose en el
alcohol.

Ruta preventiva

A las 15:00 horas del 15 de julio de 1914, un convoy de vehículos partió de la  Ciudad de México con rumbo al oriente. A la cabeza iba Victoriano Huerta y junto con él viajaban también sus hombres más allegados: Aurelio Blanquet, Liborio Fuentes, Víctor Manuel Corral, Juan Vanegas y Eugenio Paredes, así como una nutrida tropa del 29 Regimiento. El destino era la antigua estación de Los Reyes, del Ferrocarril Interoceánico, localizada a 18 kilómetros del centro de la ciudad.

Javier Díaz Ramos, vive desde la década de los sesenta en Los Reyes Acaquilpan, Estado de México. Además de ser maestro de pintura se ha dedicado a recabar parte de la historia de la población que ahora forma parte de la zona conurbada de la ciudad. Los Reyes, cuenta, era entonces un lugar más parecido a un desierto que a una ciudad en forma.

Pequeña y alejada, su estación del ferrocarril era la tercera después de San Lázaro, Panti-tlán y Tezontle. Ese lugar escogió Huerta para iniciar su trayecto rumbo al exilio. Ahí abordó junto a sus hombres un convoy fuertemente custodiado por militares, algunas crónicas han estimado que se trataba de unos mil 500 hombres.

A pesar de ser sencilla, cuenta Díaz Ramos, la estación de Los Reyes era importante porque “era la unión de dos vías, hacia Cuautla y hacia Texcoco, y porque era un centro recolector de mercancías”. La construcción de la Línea A del Metro, a partir de 1988, acabó con los últimos rastros de la antigua vía ferroviaria pero siguiendo la línea del transporte público aún se puede imaginar el aspecto que tuvo.

A unos 150 metros de la actual estación Los Reyes, se conserva un terreno con los últimos rastros del lugar donde Huerta debió subir al tren que lo conduciría a Coatzacoalcos. Un letrero sostenido con un antiguo poste de telégrafo indica que se trata de “Propiedad Federal” y algunos tramos de vía férrea aparecen por aquí y allá. Del paso de Victoriano Huerta sin embargo, don Javier no sabe nada.

Aquel día Huerta había iniciado los preparativos de su huida desde temprano, su familia ya lo esperaba en Coatzacoalcos después de salir de la ciudad un día antes, el 14 de julio de 1914. El usurpador encargó a Gonzalo Luque resguardar la ruta que pensaba seguir rumbo a la ciudad portuaria. En su mente anidaba el miedo a ser interceptado en algún punto por las fuerzas revolucionarias.

También se había encargado de asegurar a los hombres que habían estado a su lado durante su presidencia, extendiendo cartas diplomáticas los colocó en diferentes ciudades de Europa y Estados Unidos. Ese mismo día ordenó a Ramón Corona transmitir a su gabinete la orden de dimitir, excepto a Francisco Carvajal, su ministro de Relaciones Exteriores. Su propia renuncia también sería presentada y aceptada más tarde. Ese momento marcó la hora de partir.

A las 22:00 los fugitivos se despiden y el convoy parte de Los Reyes al cruce de las líneas del Ferrocarril Mexicano y el Interoceánico, ubicado entre Irolo y Apizaco, donde los esperaba un tren militar que serviría de escolta. Pasada la medianoche ocho carros especiales reanudan su viaje a Puerto México. Iban con Huerta 300 soldados del 29 Regimiento y el Cuerpo de Guardas Presidenciales.

Desconfianza

En medio del nerviosismo y la incertidumbre, la comitiva decide pernoctar en Esperanza, Puebla, población que era puerta de entrada a Veracruz y el punto medio hasta su destino. Otra razón hay por la que eligieron ese lugar: Esperanza era la única estación camino a Puerto México que contaba con un restaurante y un hotel junto a la propia parada ferroviaria.

Las ruinas de ese antiguo establecimiento aún se conservan, un temblor en 1972 echó abajo parte de la construcción. Don Hilario Villascan, el último jefe de estación de Esperanza –quien con su hijo Ricardo se ha encargado de defender y reconstruir la historia del lugar– cuenta que se trataba de un lugar lleno de lujo al que sólo acudían los tripulantes de primera clase que iban de paso.

Hilario y Ricardo conservan un pequeño museo en la casa que ocupó el jefe de estación en donde es posible imaginar el escenario que debió haber encontrado Huerta en su trayecto al exilio. Una copia del plano original de la estación muestra la distribución que tuvo el hotel donde los huertistas pernoctaron, incluida la esquina que albergó el restaurante, donde seguramente el general bebió su apreciado Hennessy.

“El hotel y el restaurante servía para las personas que se querían quedar en Esperanza, todo era muy lujoso, los cuartos fueron construidos (a principios de siglo) para los ingleses. Era la única estación que tenía hotel y restaurante, en Orizaba había un restaurancillo pero nada más, ésta era la única del tramo México-Veracruz y por lo mismo se daban 25 minutos para comer allí”, cuenta Villascan. Otros pasajeros decidían quedarse a descansar y reanudar su trayecto más tarde; los huertistas así lo hicieron.

Ese 16 de julio de 1914, el convoy reanudó su marcha. Por la tarde, alrededor de las 14:30 horas, cruzó Orizaba y llegó a Córdoba antes de que se pusiera el sol. La comitiva siguió la línea y decidió pasar nuevamente la noche en Tierra Blanca. Ahí, algunas versiones han dicho que Huerta se obsesionó con la idea de que el propio Aurelio Blanquet podía asesinarle. Sus pensamientos iban más rápidos que el convoy en el que viajaba.

Atrincherado en el puerto

“Eso lo dibuja de cuerpo completo, esa era su personalidad”, dice José Lemarroy Carrión, cronista de Coatzacoalcos, cuando habla de la anécdota que recuerda el momento en el que Victoriano Huerta olvidó en el Hotel Colón la Bandera Presidencial. El usurpador llegó a Puerto México el 17 de julio de 1914 a las 9:00 horas. La antigua estación de pasajeros del puerto ya no existe –la construcción de un túnel destruyó toda evidencia– pero no es difícil calcular el recorrido que debió hacer el general. 

Desde allí, en la actual calle de General Anaya (antes del Ferrocarril) debió conducirse a la esquina que forman las actuales avenidas de Miguel Hidalgo y Colegio Militar, donde se ubicó durante más de medio siglo el Hotel Colón. Lemarroy Carrión dice que Huerta apenas asomó las narices: “dicen que estuvo todo el tiempo encerrado, hay una versión que no he podido comprobar de que salió del hotel por un problema dental y fue a ver a un doctor de aquí para que le sacaran una muela, pero quien sabe”.

Sobre lo que sí habla con certeza el cronista es sobre la visita que sus soldados hacían a la cantina La Marina y a la Licorería Vega, que se encontraban justo enfrente del hotel, para adquirir el alcohol que Huerta solicitaba. “Así se pasó todos los días que estuvo aquí”, señala Lemarroy. Aunque no existen imágenes de aquellos años, el cronista está seguro de que no hubo recepción jubilosa, “Huerta era un execrado”, afirma.

Huerta esperaba sólo el momento de abordar el Dresden, mientras tanto se dedicaba a beber. Así fue como olvidó la Bandera Presidencial que después guardaría por muchos años el dueño del Hotel Colón, Armando Castellanos de la Huerta (quien no tuvo ningún parentesco con el General) y que de acuerdo con la versión que su hijo contó a Lemarroy, entregó durante su mandato como presidente municipal de Coatzacoalcos (entre 1953 y 1955) al Museo Nacional de Historia “Castillo de Chapultepec” para que se integrara a su sala de banderas.

El crucero alemán Dresden finalmente zarpó de Puerto México el 20 de julio y atracó en Kingston, Jamaica el día 24. Ahí los fugitivos contrataron el Patia, un vapor de la United Fruit Company para seguir su travesía a Europa. El recorrido que alejaría para siempre a Victoriano Huerta del país.

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