Logo de Excélsior                                                        
Comunidad

Celebran en casa con unión familiar; familia superó el Covid-19

Evitaron todo contacto para no propagar la enfermedad; disfrutaron reencontrarse

Georgina Olson | 10-05-2020
Durante el confinamiento, la familia ha practicado juegos de mesa, platicado, reído y convivido con sus mascotas, que son tres gatas. Foto: Especial
Durante el confinamiento, la familia ha practicado juegos de mesa, platicado, reído y convivido con sus mascotas, que son tres gatas. Foto: Especial

CIUDAD DE MÉXICO.

José regresó de España a la Ciudad de México cuando en aquel país que ahora suma más de 26 mil muertos por COVID-19 apenas comenzaba el estado de alarma.

No quería estar aislado y solo en Madrid, pero también le preocupaba regresar y contagiar a su familia, sobre todo a su mamá, quien padece hipertensión y por ello forma parte de la población vulnerable a la pandemia.

Finalmente tomó las medidas de prevención y voló a México. Pasó dos semanas sin salir de casa y comía aparte del resto de su familia.

Al día 14 de su regreso, cuando creía superado el periodo de incubación, presentó los síntomas del coronavirus y al final toda la familia resultó contagiada.

Por seguridad del resto de la familia, decidió no ver a nadie. Afrontarían los cuatro el COVID-19 en casa, unidos. Para cuando las abuelitas se enteraron, el riesgo de contagio ya había pasado.

El 15 de marzo José dejó una ciudad de Madrid con las calles completamente vacías. En el aeropuerto no convivió con nadie y al abordar sólo le preguntaron si había estado en China, Irán o Italia

En el avión no hablé con nadie, pero dos filas atrás, había alguien que iba tosiendo, aunque no le di mucha importancia”, recordó.

Al llegar a México, sus padres fueron por él al aeropuerto y se fue directo a casa.

Decidimos que no iba a convivir con la familia extensa, tomamos la decisión tratando de apelar a la sensatez, de no exponer a nadie. La posibilidad de contagio no era nula”, pensó en ese momento.

A su papá, que trabaja en una imprenta, le dijeron “quédate en casa hasta que sepas que tú hijo está bien”.

Tras dos semanas José se sentía perfecto. El 18 de marzo empezó a tomar clases en línea de la universidad Carlos III de España, a donde originalmente había ido para cursar el décimo semestre de ingeniería en computación.

El sábado 28 de marzo  José pensó: “Ya la libré, no tengo COVID-19”, pero el domingo amaneció con dolor de garganta y tos. Confiaba en que eso respondiera a que había dejado la ventana abierta para dormir.

El lunes ya tenía fiebre y se sentía peor.

Su padre lo llevó a un laboratorio de la UNAM, en avenida del Imán el miércoles 1 de abril.

Me entrevistaron, me preguntaron qué síntomas tenía, pero nunca me preguntaron si venía de algún lugar del extranjero y como me sentía tan mal, ya no pensé en decirles. Me revisaron, me descartaron y me mandaron a casa”, recuerda.

En la tarde empeoró: “Tenía debilidad, náuseas al toser, mucha congestión, fiebre de 38 grados y casi no me podía levantar. Mi papá me llevó al médico de una farmacia; me dijo que tenía una infección, así que me dio un antibiótico”. Después enfermó del estómago y casi no se podía levantar de la cama.

Un paramédico fue a su casa y le dijo que no tenía coronavirus. “Yo creo que tienes los bronquios inflamados”, le dijo.

Para el 6 de abril llamaron por teléfono a un tío que es médico: “Estoy 95 por ciento seguro que tienes COVID-19”, le dijo tras escuchar los síntomas.

Lo llevaron a urgencias del Hospital General, donde los médicos coincidieron con el diagnóstico. A los dos días médicos de la alcaldía Coyoacán le fueron a hacer la prueba de COVID-19.

La reacción de los vecinos fue agresiva al ver que los médicos llegaban con trajes especiales.

Su mamá y su hermana tenían tos, así que ese mismo día en la tarde regresaron los médicos de la alcaldía a hacerles la prueba.

El 10 de abril les llamaron por teléfono y les dijeron que los tres eran positivos. Aunque el papá de José no le hicieron la prueba, les comentaron que lo más probable es que también estuviera contagiado.

Desde ese día pues ya comimos juntos en el comedor, la lógica de la sana distancia no tenía sentido. Nos dividimos las tareas: uno picaba las verduras para la comida, otro barría y otro lavaba los trastes para que el trabajo no se le cargara todo a mi mamá”, recordó.

Quien peor llevó la convalecencia fue José: náuseas, malestar general. “Me daba hambre, pero al terminar de comer casi de inmediato venían las ganas de vomitar.

A sus papás y su hermana sólo les dio un poco de fiebre.

En retrospectiva, José valora a su mamá, quien ha sido muy protectora a lo largo de todo el proceso, y el apoyo infatigable de su papá. A su hermana le ayudo “a bajar un poco el ritmo de estrés laboral”.

(A la familia le vino bien) “participar en juegos de mesa en la noche, platicar, reír. Son cosas que a veces no te das tiempo de hacer, de disfrutar”, dice José.

A la familia extensa no la hemos visto. No hemos recibido a familiares, ni los hemos ido a visitar. Sólo hemos estado juntos la familia nuclear”.

 

 

• También puedes leer: Hubo mil 292 fallecimientos: cifras del sábado 2 al sábado 9

 

 

cva

 

Te recomendamos

Tags

Comparte en Redes Sociales