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Roselin Rodríguez Espinosa 33379 https://www.facebook.com/RoselinREspinosa @roselin_ro
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En una, aún pendiente, historia de las exhibiciones en México, Arte para la Nación puede fácilmente inscribirse en la línea de muestras de la ortodoxia nacionalista junto a 20 siglos de arte mexicano (1940), México. Esplendores de treinta siglos (1990) y México eterno (1999). Curada por James Oles, la exposición no tiene un planteamiento nacionalista de entrada. Sería difícil de imaginar teniendo en cuenta la propia naturaleza de la colección en juego. Pero es evidente que con esta exposición regresan algunos fantasmas de aquellos megaeventos, desde su propio título hasta el propio statement curatorial.

Arte para la Nación se encuentra actualmente en la Galería Nacional del Palacio Nacional y reúne una selección de piezas de la Colección Pago en Especie de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, fechadas entre 1935 a 2015. México fue el primer país del mundo en implementar este programa, donde los artistas tributan al fisco mediante la entrega de obra al gobierno federal. No es casual que este programa se haya formalizado en 1975 en el gobierno chobinista de Luis Echeverría, donde hubo un especial interés en amarrar los vínculos entre arte y Estado. Las obras entregadas a la nación como tributo sufren una especie de nacionalización.

Es interesante que la mayor parte de la selección de James Oles entra en lo que la discusión académica sobre arte contemporáneo ha quedado en llamar arte-posnacional. Sí, aquí el arte posnacional, también es nacionalizado al margen de las discusiones teórico-críticas. En este caso particular, el enfrentamiento no se da más en la forma acostumbrada entre la teoría y la crítica, por un lado, y “el mercado”, por otro, ni tampoco en los lenguajes y temas tratados en las obras. Por el contrario, las piezas son sometidas a un juicio jurídico y del sistema económico de la producción cultural mucha más amplio que las despoja de los discursos que puedan elaborarse en el campo del arte. Melanie Smith, Sofía Taboas, Francis Alÿs, Demián Flores, Betsabeé Romero, Pablo Vargas Lugo, Carlos Amorales, Abraham Cruzvillegas, Edgardo Aragón, Yoshua Okón, Miguel Calderón y Daniel Guzmán, entre otros paladines del arte global, tributan sus obras a la nación: tal cual.

El tributo, puede pensarse como ese elemento que los reúne, más que el hecho resaltado por James Oles de que todos residen en México, aunque tienen diferentes nacionalidades. Digamos que el hecho de residir en esta nación no es la única condición para pagar impuestos. Pensemos en la otra cara de la moneda en el mismo campo del arte: algunos empresarios y coleccionistas compran arte para no pagar impuestos y en conocidos casos esconden sus colecciones en paraísos fiscales o embarcaciones que pasean por el trópico sin pisar tierra durante largo tiempo para evitar ser localizadas (como recién se reveló en los Panama Papers).

Esto no es exclusivo del sector artístico pues en otros campos también ocurre que son los productores los más susceptibles a rendir cuentas al fisco. Pero aquí el tipo de producción es lo que singulariza la modalidad del “pago en especie”. Las obras de artes visuales, junto a las antigüedades, son considerados por esta política como bienes dignos de formar parte de las arcas de la nación. En este sentido, es interesante también pensar cómo, en el marco de los debates sobre la desterritorialización del arte internacional, por muy globales que puedan ser estos artistas, siguen vinculando su producción a un sitio donde el fisco los va a captar.

Obviamente, esta muestra no está planteada en torno a estas reflexiones. Como exige un recinto con ese nivel de oficialidad (La Galería Nacional seguro es el espacio de arte más nacional de este país), las piezas están acomodadas por relaciones formales y temáticas. Se optó por incluír obras en diferentes medios, con variados formatos y soportes, colocadas en el espacio al modo “se ve bien” a partir de una delimitación “sutil” de temáticas tales como: los pueblos autóctonos, el pasado prehispánico, frente al cuerpo, la fotografía, por la ciudad…, la repetición y lo seriado, la abstracción geométrica, entre las líneas…, el paisaje y el cosmos.

La muestra es efectiva, amable con el público y para ver en familia probablemente, si dejamos de lado que se encuentra en el corazón del Palacio Nacional, un espacio que debido a pugnas políticas recientes se puede identificar con la franca violencia. Yo, como los demás visitantes, entré tranquilamente a ver una exposición entre las multitudes de turistas que van a ver los murales de Diego Rivera.

De cara al campo del arte, la selección funciona como termómetro del periodo abarcado, sin duda; pero no es un termómetro sólo en términos de qué tipo de piezas se ha estado produciendo en los últimos sesenta años, sino de cómo la relación entre arte y Estado es cada vez más cínica y paradójida. Para reafirmar esta idea, encontramos que el curador abre la muestra con una declaración personal que parece querernos tranquilizar, una pieza de Franco Aceves titulada nada más y nada menos que Curador satisfecho con su selección (2001).

Arte para la Nación se exhibe en la Galería Nacional del Palacio Nacional (Plaza de la Constitución S/N, esquina con Moneda, Centro Histórico) del 23 de junio al 30 de octubre de 2016.

Fotos: Cortesía Secretaría de Cultura

Oct 23, 2016
Oct 23, 2016
Roselin Rodríguez Espinosa
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Hasta finales de septiembre se puede ver en el Museo de la Ciudad de México la exposición Imágenes para ver-te. Una exhibición del racismo en México. El título abre una promesa de antemano inabarcable. ¿Cómo sería exhibir el racismo en México? El racismo, desde cuándo, con qué particularidades, quiénes, cómo se vincula el espectador con un fenómeno del que participa, más no necesariamente reconoce. De cualquier forma, para poner el tema sobre la mesa y “buscar una reflexión” considero que no es suficiente con ilustrar el problema y es contraproducente no delimitar los alcances del planteamiento. Presentar el racismo en la ambigüedad espacio temporal que lo hace esta exposición es igual a diluirlo, reducirlo a ser parte de la lista de eventos que dan prestigio a una “capital social” como es la nueva Ciudad de México.

La muestra se presenta dentro del programa Capital indígena y fue producida por la Secretaría de Cultura federal en el marco de la campaña Encara el Racismo que lleva a cabo la Secretaría de Cultura local, el Consejo para Prevenir y Eliminar la Discriminación de la Ciudad de México y la Fundación W.K. Kellogg. El abigarramiento no es sólo institucional, el espacio le hace eco con una saturación de objetos que cae en el horror vacuid. Entre los más de 200 piezas de diversas tipologías y procedencias se pueden encontrar pinturas de castas del siglo XVIII, cuadros de Diego RiveraJosé Clemente OrozcoDavid Alfaro Siqueiros y Francisco Toledo; series de fotografías familiares y de autor tales como Rubias de Andrés Carretero o Mi vestido, mi cuerpo, mis bordados, mi piel de Carlos Dardón; cartas etnográficas del siglo XIX, instalaciones realizadas por la Dirección de Antropología Física de la UNAM y por artistas contemporáneos; varios libros y objetos de “colecciones privadas” y una cantidad importante de producciones en dibujo y pintura basadas en imágenes de archivo, con la autoría de César Rangel.

Sin duda, una admirable gestión se llevó a cabo para reunir objetos tan diversos. Ciencia, arte, diseño, archivo, fotografías de diferentes épocas y geografías: puede pensarse que es un repertorio muy completo. Pero, ¿a efectos de qué? Esta exposición ilustra un tema. Nos dice que el racismo existe y ha existido, que está cerca, afuera en la ciudad. Pero para recordar esto no hay que ir a un museo. Lo interesante estaría en qué se va a decir del racismo más allá de hacer el señalamiento. Ilustrar no conduce necesariamente a generar una reflexión y en esta muestra se dificulta tal cometido al optar por abarcar y saturar en lugar de asumir posicionamientos.

No obstante esta falta, la tematización es insistente en cada objeto. Todos explícitamente lo reiteran, incluso algunos elementos de fuente indeterminada –sin cédula o en la oscuridad del anonimato y la “colección privada”– como son varios libros abiertos en una página donde aparece una persona con rasgos raciales acentuados. Los artilugios del aparato de exhibición aquí se emplean para hacer malabares. La museografía licúa recursos habituales como mamparas, vitrinas, cajas de luz, muros inclinados y repisas para despistar respecto a una falta de dirección evidente. Se despliegan distintas texturas de imagen, soportes y medios, pero la anunciada “problematización” se diluye. Justamente al atomizar la atención el objetivo principal de “proponer nuevas miradas” sobre el tema se pierde.

El cedulario acentúa la desorientación: varias reproducciones y versiones libres de César Rangel basados en documentos históricos sobre el racismo son firmadas por él y fechadas en 2016 como obras producidas para la exposición y algunas colecciones aparecen incorrectamente referidas en las fichas.

Este ejercicio evidencia muchos vicios del dispositivo de exhibición contemporáneo. Recuerda que los acostumbrados recursos museográficos y la cantidad de colecciones y variedad de objetos no derivan necesariamente en la construcción de una experiencia reflexiva. También que la inserción de material de archivo y libros viejos no garantiza un sustrato histórico o teórico a las muestras si no se tensan con otros elementos en el espacio. Las reproducciones de fotografías en gran formato a un lado de pinturas de más de un siglo atrás y de revistas Vogue con portadas que señalan algún rasgo racial, no está problematizando un tema, sólo está tematizando un problema apenas enunciado.

Hace poco más de dos años en el Museo Universitario Arte Contemporáneo se presentó la muestra Teoría del color, “una aproximación a las implicaciones sociales del racismo”. El proyecto en general fue celebrado, pero una crítica puntual fue insistente: no se abordó el racismo en México. El aparato de exhibición estuvo detalladamente trabajado en función de un argumento que exploraba cómo se construye la mirada racista desde la subjetividad. El planteamiento curatorial puede ser acusado de contener un sesgo, pero contaba con un posicionamiento que fue llevado al espacio de modo afortunado.

Con Imágenes para ver-te… la remisión explícita al contexto mexicano abrió la posibilidad de salvar aquellas limitaciones. Sin embargo, el proyecto expositivo resultó fallido. Esta vinculación da a pensar cómo afecta el argumento curatorial la efectividad de una reunión de objetos y cómo un dispositivo de exhibición termina siendo elocuente de la raíz de los planteamientos. En Teoría del color, la omisión fue evidente pero la muestra fue legible. Imágenes para ver-te permanece indeterminada paradójicamente, a pesar de resultar enfáticamente ilustrativa.

 

Imágenes para ver-te. Una exhibición del racismo en México se exhibe en el Museo de la Ciudad de México del 16 de mayo al 25 de octubre de 2016.

 

Fotos: Cortesía Museo de la Ciudad de México

 

Ago 10, 2016
Ago 10, 2016
Roselin Rodríguez Espinosa
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El tema de la Bienal UNAM 2016 ha aparecido en la opinión pública de muchas maneras. Desde la Universidad se celebra el tremendo esfuerzo tanto de autoridades como participantes y los números logrados respecto a la edición anterior. Los participantes se muestran agradecidos ante la prensa por la oportunidad que se les brindó de mostrar sus piezas en espacios de exhibición de la universidad, especialmente en el Museo Universitario de Ciencias y Arte (MUCA Campus), según acordó la convocatoria. Sin embargo, otros sectores no se han mostrado tan entusiastas: artistas que decidieron declinar la invitación y retirar sus obras frente a las dudosas condiciones del evento, estudiantes y profesores de la UNAM y, en general, el público que ha observado el resultado en las salas. Cualquiera que las haya visitado sabe que fue un desastre. Claro que los organizadores cuentan con estadísticas para avalar el éxito que pasará a los registros oficiales, pero estos números no son suficientes para configurar una visión del acontecimiento. A un lado de los números que pasarán al archivo, los relatos de la opinión pública van en la dirección opuesta.

Para recordar algunos datos significativos del contexto:

Esta edición de la Bienal es la segunda, con un antecedente en 2014 que sólo convocó a artistas de la ciudad. La decisión este año fue extenderla a estudiantes, egresados y profesores de artes visuales del país, con la peculiaridad de que se incluyeron piezas de egresados residentes en Canadá, Inglaterra y China, dato que reforzó la celebración oficial. En noviembre de 2015 apareció la convocatoria en internet y fueron enviadas más de 1200 solicitudes de inscripción de 26 estados de la república. El contrato acordaba que el 21 de marzo se publicaría una lista de obras seleccionadas para ser expuestas en el MUCA Campus que a su vez concursarían por los siete premios designados. Los artistas participantes correrían con todos los gastos de envío, embalaje y seguros, con ninguna garantía de protección y debían entregar el trabajo en un sólo punto del país: las oficinas del MUCA. Este punto de la convocatoria se modificó sin previo aviso moviendo el punto de recepción a la Facultad de Artes y Diseño (FAD) en Xochimilco, lo cual trajo difíciles consecuencias para los participantes, sobre todo para aquellos residentes del interior de la república.

El día acordado, lo que publicó el comité organizador de la Bienal fue una "preselección" de artistas y no de obras—que era lo que se había acordado—, con un total de 411 nombres y la sede de la exposición se amplió a otros tres sitios. Esta solución es celebrada y justificada por la Universidad como salida al alto número de obras recibidas y a la intención de mostrar una mayor cantidad de las mismas. Pero lo cierto es que los artistas enviaron sus obras para ser expuestas en el MUCA y no en otro sitio y no se les consultaron estos cambios. Para denunciar públicamente estas y más irregularidades, un grupo de artistas seleccionados redactó una carta (http://sobrelabienalunam.blogspot.mx/) el 28 de marzo, donde enlistaron las negligencias del concurso y exigieron que los involucrados en su organización asumieran su responsabilidad públicamente. Naturalmente, no obtuvieron respuesta y en su lugar el comité publicó un comunicado anunciando los cambios de procedimientos. En el mismo mes el colectivo Los trapos sucios, un grupo de pintores invitados por Israel Urmeer a través laGalería Autónoma de la FAD, también manifestaron su inconformidad interviniendo la fachada de las bodegas de la Bienal: la entrada fue bloqueada con objetos que impedían el paso, mientras una saturación de capas de pintura e información terminaron por clausurar la puerta de la Galería por dónde se accedía a la bodega.

Finalmente, las muestras se inauguraron el 19 de mayo de este año. Fueron montadas un total de 330 obras en las cuatro sedes. Los espacios quedaron abarrotados de objetos en una forma similar a la disposición que tendrían en un almacén, sin curaduría, ni museografía eficiente, encimadas, sin una mínima lógica visual. Los criterios de montaje se podían notar al encontrar un cuadro de un profesor de la FAD rodeado por piezas de sus alumnos, o cuando se veían las fichas técnicas insertas dentro de las obrar, por ejemplo. Como es de suponer, se puso más cuidado en las salas del MUCA. Pero en la FAD y la Facultad de Ingeniería se encontraba basura en la salas, espacios vacíos con residuos de alguna pieza que estuvo ahí (a pocos días de inaugurar) y otras a punto de caer dada la fragilidad de los recursos museográficos. Estas obras viajaron, fueron seleccionadas y exhibidas en condiciones lamentables. No se cuidó el trabajo recibido ni se cumplieron las condiciones mínimas de protección al esfuerzo de los participantes.

Los resultados visibles en las salas de exhibición transparentan un proceso irregular, no sólo en el incumplimiento de las bases de la convocatoria y la falta de respeto a los participantes, sino en el propio planteamiento del evento. Es claro que el equipo organizativo no fue capaz de diseñar un programa que diera solución satisfactoria a las condiciones de producción de artes visuales contemporáneas. Pero estas carencias quizás se pudo haber salvado en un trabajo colaborativo que, evidentemente, no estuvieron dispuestos a plantear. La FAD, de nuevo, decidió trabajar sola y ahí está el resultado para comprobar su inviabilidad. LaUNAM cuenta con un patrimonio inmenso cuya fortaleza justamente es la producción de conocimiento. Ahí se forman profesionales en la concepción de exhibiciones y gestión del arte (por no mencionar que también ocurre en el resto de la República). Existen posgrados en estudios curatoriales, historia del arte y artes visuales, institutos y museos dedicados a trabajar proyectos de arte. En ocasiones como esta hay que recordar que no es lo mismo producir piezas de arte y aprender técnicas, que gestionar eventos y exhibiciones de arte. La UNAMdesarrolla ambas áreas, pero no dialogan. Una vez más es evidente que esta "creatividad cultural de la Universidad", exaltada por el rector en la inauguración de la Bienal, está dividida en un sectarismo donde los agentes y secciones no se comunican, salvo en contadas ocasiones y ésta, que reclamaba el mayor de los esfuerzos conjuntos, no fue una de ellas.

 

La Bienal UNAM de Artes Visuales estuvo del 19 de mayo al 17 de junio en cuatro espacios de la UNAMsimultáneamente: el Museo Universitario de Ciencias y Arte (MUCA campus), en el Instituto de Ingeniería y en las galerías Luis Nishizawa y Antonio Ramírez, ambas pertenecientes a la Facultad de Artes y Diseñ(FADXochimilco).

 

 

 

Jul 7, 2016
Jul 7, 2016
Roselin Rodríguez Espinosa
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La sala D del Museo de Arte Moderno recibe al visitante con un muro dividido donde se anuncia la entrada a dos exposiciones: Paul Westheim. El sentido de la forma y Juan Soriano1920-2006. Esta última es una retrospectiva del pintor que sirve a la Secretaría de Cultura para celebrar la alianza política con el Estado de Morelos que permitió la construcción del controvertido Museo Soriano en Cuernavaca. También cumple con una agenda de efemérides del INBA –en este caso los diez años del fallecimiento de Soriano– que a menudo perfila la programación de sus museos en la ciudad. Que la sala A actualmente albergue la muestra Cristóbal Balenciaga, reafirma la especial disposición del MAM a obedecer caprichos institucionales de  interés político coyuntural y vaga relación con las políticas de exhibición y programas de investigación de cada museo.

En este escenario Paul Westheim. El sentido de la forma es una exposición atípica y significativa, por apartarse de la tendiente docilidad comentada arriba y proponer una lectura de la colección basada en la investigación académica y vinculada a debates recientes del arte contemporáneo, en particular sobre crítica de arte. La muestra cumple con el objetivo general asignado a esta sala de alojar exposiciones en las que las piezas más estimadas de sus colecciones estén siempre presentes para garantizar su disposición al turismo. Sin embargo, la estrategia curatorial pone en visibilidad otros temas de interés actual apartados de la regla.

El criterio de selección de los elementos en sala es la mirada singular de un personaje y su metodología de trabajo como crítico de arte. La crítica y el pensamiento sobre arte ordena la exposición en un espacio desjerarquizado donde se hacen coincidir piezas de arte prehispánico, pinturas de la vanguardia europea y la modernidad mexicana, ilustraciones medievales, grabados de Guadalupe Posada y fotografías de arquitectura sin distinciones de valor (disciplinar y estético) de unos por encima de otros. La forma en que estos elementos se relacionan es a través del montaje al estilo warburgiano delAtlas Mnemosine, donde la relaciones entre imágenes están dadas en transversalidad histórica y espacial. Aquí las piezas dejan de funcionar como autónomas y aisladas para ser pensadas en conjunto en relación al resto de la constelación en la que se ubica. Esta forma de pensamiento de Westheim (Eschwege, Alemania, 1886-Berlín, Alemania, 1963) aplicada al montaje en sala es constatada en el amplio material de archivo hemerográfico presentado, especialmente en su columna paraNovedades. México en la Cultural y en los varios libros y revistas que editó con este método de correspondenciaswarburgianas  en combinación con el formalismo y la escuela historiográfica alemanas. En ese sentido, aquí el archivo no es accesorio o mera documentación, es un mapa para visualizar las relaciones que se presentan en la propia exposición y transparentar el criterio curatorial.

El rol del crítico en el trabajo de artistas e intelectuales contemporáneos a él, es otro eje resaltado en la muestra. Se presenta como un eslabón fuerte en la producción y circulación del arte cuyo papel va más allá de escribir textos crítico, para participar de los procesos creativos como un colaborador cercano, en un acompañamiento similar al que ejerce la curaduría hoy. Esta faceta de Westheim es visible en la expo por el tipo de relaciones afectivas explicitadas en cada sección a través de correspondencia y documentos personales. El cuadro que abre la exposición, Carta a Paul Westheim resume esta práctica. En esta pieza, Vicente Rojo compone ochenta postales de su colección de viajes contiguamente colocadas como en un atlas y las sedimenta con recina y arena en un ejercicio de fosilización de imágenes combinadas que evidencian la presencia de las conversaciones con Westheim y la captación de su método de trabajo.

En total la muestra incluye la obra 27 artistas con pinturas, esculturas, fotografías y gráfica. Entre ellos Oskar KokoschkaGeorge GroszPablo PicassoGeorges BraqueHenry MooreJosé Guadalupe PosadaMathias Goeritz,Gunther GerzsoCarlos MéridaArmando Salas PortugalJosé Clemente OrozcoDavid Alfaro SiqueirosDiego RiveraRufino TamayoAlvar Carrillo Gil y Lilia Carrillo. El trabajo de estos modernistas convive con 48 piezas arqueológicas de la Colección Stavenhagen del Centro Cultural Tlatelolco-UNAM y aportan piezas y documentos otras dos colecciones: Archivo Margit y Silvestre Frenk y el Archivo Paul Westheim de la Akademie der Künste en Berlín.

Esta muestra emplea las piezas de la colección del museo para, en combinación con acervos externos, ilustrar el argumento de un crítico de arte, recuperar su memoria y reinsertarlo en discusiones contemporáneas sobre la crítica de arte; en un gesto análogo al que realizó Westheim al llegar a México en 1941 exiliado de la Segunda Guerra Mundial, cuando reconstruyó su propia biblioteca y archivos. Westheim nunca pudo restituir lo perdido y hasta el día de hoy su memoria está en disputas legales en varias partes del mundo. Pero investigaciones como esta pueden contribuir a rescatar su memoria para una tradición de la crítica en México.

En el último conversatorio de Gas-TV cuyo tema fue la crítica de arte para continuar con el debate desatado al respecto el último año, un señalamiento agudo consistió en cuestionar por qué la crítica de arte contemporánea mostraba una desconexión con la propia tradición de crítica de arte del país y más aún de Latinoamérica. En su lugar, el lector se encuentra con una obstinada referencia a autores canónicos norteamericanos o europeos como Clement Greenberg o su reverso posmoderno, la escuela de la revista de October (KraussBuchlohFosterCrimp, etc.), así como filósofos y teóricos del arte que gocen de la atención momentánea del público: Jacques RanciereBoris GroysJean Luc-Nancy o George Didi-Huberman. Tal postura evidencia un desconocimiento de la propia genealogía de la crítica en la que se inscriben ciertas producciones textuales, debido en gran medida a la falta de sistematización de una historia de la materia.

Exposiciones como Paul Westheim. El sentido de la forma abre un capítulo en la historización de la crítica de arte en México y posibilitan leer ciertos fenómenos desde referentes y prácticas más cercanas al contexto desde el que se enuncian los discursos locales. A partir de investigaciones como esta, se invita a pensar, por ejemplo, en los estudios de la imagen warburgianos tan vilipendiados en los últimos años a través de la lectura de Didi-Huberman, pero ahora a partir de su aplicación a la práctica de la crítica de arte desde México.

 

Paul Westheim. El sentido de la forma se exhibe del 16 de abril al 21 de agosto de 2016 en la sala D del Muso de Arte Moderno (MAM) que se localiza en Paseo de la Reforma y calle Gandhi s/n, Bosque de Chapultepec, del. Miguel Hidalgo, Ciudad de México.

 

Crédito de fotos: Cortesía MAM

 

Jun 8, 2016
Jun 8, 2016
Roselin Rodríguez Espinosa
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En el contexto mexicano de los últimos años, la curaduría de pintura no se ha distinguido por atender la dimensión histórica de dicha práctica. En su lugar se pondera una retórica modernista donde el estilo, la herencia genealógica, la dicotomía figurativo-abstracto y la autonomía de las obras sustenta una lectura descontextualizada de las piezas. Parece darse una relación naturalizada entre el discurso modernista y la pintura que dificulta entenderla desde una perspectiva contemporánea que vaya más allá de la especificidad del medio para pensar en los marcos institucionales de exhibición y los contextos sociopolíticos de producción.

La muestra Post Neo Mexicanismos curada por Willy Kautz en el Espacio de Arte Contemporáneo(Espac) resulta extraordinaria en ese sentido por hacer un planteamiento historiográfico sobre la pintura. Es la segunda en un conjunto de exposiciones que, según lo planeado, realizará revisiones de  la colección “con la finalidad de señalar problemáticas, procedimientos, discursos y narrativas propias de la pintura contemporánea, señalando los contrapuntos entre la temática representada y la pintura como medio físico ligado a los contextos arquitectónicos, públicos y sociales”. El curador añade que este ciclo también orientará futuras investigaciones y adquisiciones de la colección Espac, con lo cual se aclaran varios mecanismos de ese espacio particular: no sólo se investiga y se adquieren piezas, sino que en el mismo movimiento se exhiben; es un ejemplo claro de cómo los discursos historiográficos afectan las políticas de colección y cómo estos se adaptan a ciertas condiciones de exhibición.

La primera muestra de este Programa de Pintura Contemporánea consistió en un ejercicio formal donde se seleccionó un conjunto de obras de la colección que se vinculaban a nivel visual con una pieza de Daniel Buren. En esta segunda ocasión, el ejercicio es muy diferente: se construyó un andamiaje historiográfico sobre la pintura de los ochenta y noventa que vincula un conjunto de piezas propias y se adquirieron otras para calzar el discurso. Lo que está en cuestión aquí es por qué regresan ciertos discursos históricos para asistir a piezas particulares.

El planteamiento curatorial de Kautz (la historia que busca contar) es ambicioso y generoso en comunicar esa presunción. Sin embargo, es opaco y confuso en los procedimientos analíticos y los recursos históricos-críticos que lo conducen. Resulta muy relevante en términos de abrir una discusión que parecía olvidada en los espacios exhibitivos y de producción de pintura. Por eso, aprovechando que se ha extendido esta posibilidad de diálogo, cabe añadir otras consideraciones y cuestionar algunos cabos sueltos. Los elementos de inconsistencia del discurso a que me refiero son el relato histórico que busca vincular a las piezas y la falta de un posicionamiento respecto a la tradición de este tipo de planteamientos.

Respecto al primer punto, la exposición plantea una revisión de la pintura de los ochenta y noventa que se caracteriza por lo que el curador llama “desnacionalización de lo pictórico”, donde un conjunto de prácticas se separaron de los contenidos nacionalistas para adoptar lenguajes pictóricos más internacionales. Se hace referencia a “obras críticas de los ochenta que desdeñaban las narrativas oficialistas modernas”, “procedimientos artísticos desnacionalizadores”, “estrategias pictóricas de desnacionalización”, entre otras formulaciones poco claras que recuerdan más al lenguaje económico de nacionalización o desnacionalización del territorio y los recursos naturales, que a los procesos históricos del arte.

El ejemplo más claro de esta carga ideológica que se le impugna a las piezas es la inclusión de dos:Naturaleza muerta cubista con paisaje (1915) de Diego Rivera, que abre la exposición, y Estudio para mural(1970) de David Alfaro Siqueiros. A pesar de pertenecer ambas a condiciones de producción muy particulares, el curador plantea que “el propósito de incluir estas obras en la exposición consiste en señalar momentos en la historia en los que los artistas oficiales participan de estéticas opuestas a la ideología del estado, lo que significa que todo avance también tiene un retroceso”. Una pieza temprana de Francis Alÿs recién llegado a México supuestamente también responde a esta retórica de confrontación a la estética oficial y de desnacionalización de lo pictórico. Una duda que salta inmediatamente al notar este procedimiento curatorial es cómo se establece una equivalencia entre asumir diferentes temas y técnicas en la pintura de la época y una intención unívoca de confrontación a lo nacional como “estrategias pictóricas de desnacionalización”, como tratándose de un proyecto político consensuado y manifiesto. ¿Cómo se emparenta en automático una  “pluralidad ideológica y crítica frente al estado” con una “desnacionalización de lo pictórico”?

Aunado a esto se emplea una retórica de “contrapuntos históricos” y “avances” y “retrocesos” que hace pensar en una lectura histórica de la pintura de corte modernista. A pesar de que la curaduría insiste en haber realizado un montaje dialéctico, la narración lineal y progresiva es muy clara cuando se plantean los “retrocesos” y “avances” en los actos de recuperar o desdeñar las estéticas mexicanistas respectivamente y cuando el recorrido histórico que se plantea deriva en el entendimiento de una pluralidad posmoderna de debates pictóricos que reafirman la vigencia actual de la pintura como medio. El mecanismo de puesta en valor de la colección delEspac se hace evidente en esta parte final donde la construcción histórica que se emprende busca legitimar estas piezas en el contexto de debates contemporáneos.

Quizás el punto más problemático del planteamiento de la exposición es omitir el marco de discusiones en que se inserta. Se hace mención en varias oportunidades de los debates sobre pintura durante la época en cuestión. Pero no se especifica de cuáles debates se está hablando ni con qué tradición se está dialogando. Uno de estos en particular aparece como un referente ausente: Posnacional y postpictórico (1999), elstatement de Cuauhtémoc Medina como curador de la sección de México en el Segundo Salón Internacional de Pintura. Cinco continentes y una ciudad.  Resulta especialmente relevante este referente por plantear la exhibición alrededor de los mismos términos en que lo plantea hoy Kautz. Con lo cual resulta significativo observar qué tipo de operación histórica se intentó en cada caso.

La operación de Medina en 1999 buscaba plantear una ruta crítica para el arte contemporáneo a partir de someter a discusión la especificidad del medio pictórico y la idea de unidad nacional, ambos pilares del evento en que participaban. Se propone un arte contemporáneo que se desmarca de los referentes de lo nacional y se emparenta este desplazamiento temático con un replanteamiento del medio pictórico. Así, se asumen equivalencias entre la decadencia del paradigma nacionalista y la presunta obsolescencia de la pintura como medio, el modo de representación con los medios que lo producen, planeando un deber ser de los medios deproducción en relación a las exigencias políticas de un nuevo contexto. La selección amparada en este discurso incluyó desde pinturas en formato tradicional hasta la excentricidad curatorial de introducir un auto low rider en la sala, como una posibilidad para pensar lo pictórico más allá de la especificidad del medio pintura.

En la exposición del Espac 17 años después se retoma la especificidad del medio extrayendo las piezas de su contexto para servir a un relato de desnacionalización inducida. El binomio en disputa sigue siendo la pintura y lo nacional, pero las agendas políticas han cambiado y las condiciones de exhibición tampoco son las mismas. Medina no tenía la exigencia de hacer lectura histórica de una colección de pintura, contó con la libertad de elegir qué representantes de lo pictórico le servían para ilustrar un argumento. Kautz opera desde una galería cuyas políticas de colección recurren a la asistencia del discurso curatorial para vincular piezas valiosas a nivel comercial. Este intento de cohesión es claro al inscribir en la misma genealogía de la muestra las dos piezas de los muralistas y obras de artistas taquilleros de los ochenta y noventa junto a cuadros de agentes vinculados a espacios alternativos de la época, que es el núcleo de la colección.   

La museografía reafirma este rescate de la pintura como medio al generar las condiciones de visibilidad necesarias para hacerlas aparecer como obras autónomas. Colocadas en un espacioso cubo blanco cada individual parece flotar en un nimbo historiográfico todavía pendiente de esclarecer. La inclusión de la pintura deAlÿs es sintomático de las tensiones discursivas que atraviesan estas piezas. Sobre esta particular, Medina diríaque forma parte de un conjunto de objetos para un proyecto donde la pintura es uno más de los medios empleados. La misma pieza Post Neo Mexicanismos la coloca en un impecable muro sin otro referente a su contexto de producción que el de ser una pintura de 1989 desnacionalizadora.

 

Post Neo Mexicanismos. La desnacionalización de lo pictórico se exhibe del 16 de abril a agosto de 2016en Espac, ubicado en Monte Líbano 225, Lomas de Chapultepec.

Mayo 18, 2016
Mayo 19, 2016
Roselin Rodríguez Espinosa