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Phil Collins: Otro día en el paraíso

Carlos Meraz | 12:33
https://cdn2.excelsior.com.mx/media/pictures/2017/06/06/play_logo.jpg Carlos Meraz

Su rostro puede ser como el de cualquier inglés que ronde por las 67 primaveras u otoños, como se quiera ver esa edad. El copete de hueso es del tipo de “tiene cara de buena persona”, olvidable pero, eso sí, muy amable; de alguien cuyas canciones son una radiografía emocional, un reflejo fiel e instantáneo de su estado anímico actual, donde la mesura no tiene cabida.

A Phil Collins lo vi en dos ocasiones diametralmente distintas, en la última como Dr. Jekyll y en la anterior como Mr. Hyde, producto no de una sofisticada pócima que libera los demonios escondidos en el subconsciente, sino de una dolencia que solemos padecer casi todos, al menos una vez en la vida: el mal de amores.
 
El primer encuentro se remonta al 17 de mayo de 1993 en el Palacio de los Deportes, con su debut en México —tardío como muchos ante décadas de inexplicable sequía de conciertos, cortesía de gobiernos para quienes los jóvenes y el rock eran menos que cero— con la gira en torno al oscuro y depresivo quinto disco en solitario Both sides (1993), con una gran producción musical y escénica ambientada en una azotea perfectamente recreada, pero con una conducta que —en primera instancia en la previa conferencia de prensa— pareciera arrogante e impositiva, cuando en realidad obedecía a una permanente sensación de molestia, hartazgo y desencanto por las fracturas sentimentales. Pésima actitud, más corazón herido; resultado: excelente álbum y memorable show.
 
La segunda vez aconteció cuatro años después en Tampa, Florida, en una entrevista con motivo del lanzamiento de su sexta producción Dance into the light (1996), en un tour —que emulaba un yate del que era capitán de esa embarcación escénica, decorada con salvavidas y camarotes, además de una gigantesca estructura, similar a una araña, pletórica de vari-lites, las luces de las cuales es dueño de la patente— donde imperaba la luminosidad, la alegría y un desbordado optimismo en las felices letras. Mucho amor, más alegría por la vida; resultado: una de las obras menos vendidas de su discografía personal.
 
En la Costa Oeste de Estados Unidos, el también baterista de la banda Genesis (1970 a 1996) vivía otro día en el paraíso, pero no porque su nombre fuese omnipresente en las listas de acaudaladas celebridades de Forbes (115 millones de libras, siendo una de las 20 personas más ricas de la industria musical británica); por vender discos como si fueran Coca-Colas en el desierto (150 millones de copias vendidas a escala global con el grupo y otras 100 en solitario) o por ser de los pocos rockstars en ganar desde siete Grammy y cinco Brit hasta dos Globos de Oro y un Oscar (estos dos últimos por el tema You’ll be in my heart para la película de Disney, Tarzan, de 1999), sino porque a su anodina existencia el amor le había dado otra oportunidad.
 
“¿Eso es todo lo que tengo?”, me dijo con ironía, llámese humor británico, y remató con un cliché “haría esto aunque no me pagaran, así lo hice por muchos años, es sólo que en los últimos 10 o 15 años me han pagado mucho dinero. Soy afortunado de tener dinero porque significa seguridad para mi familia; pero no soy una persona extravagante, no traigo una camisa Armani, uso jeans y no hay nada fashion en mis tenis Converse.
 
“No soy un hombre de negocios, sino un músico; un baterista que escribe canciones y toca el piano. Eso es todo lo que soy”, advirtió tras escuchar de mi parte el recuento de sus principales bienes materiales.
 

Los hijos le salvan la vida

Terriblemente irónico resulta para el compositor que a veces el triunfo en la música tenga que estar ligado al sufrimiento en la vida real, con tal de inspirarse en la musa de la desgracia a costa del drama sentimental. Y aún más extraño es que la felicidad personal no ayude o hasta impida la creación de canciones desgarradoras, de esas que la audiencia ávida de dolor suele consumir. Esa es la paradoja de Phil Collins.

Su discografía es también una retrato emocional, donde en los momentos de gloria vivía el infierno y hasta donde —según me lo sugirió, en aquella ocasión en Tampa— en varias ocasiones llegó a pensar en el suicidio, pero el gatillo nunca pudo ser martillado ante la omnipresente imagen en la mente de sus cinco hijos (de los tres matrimonios fallidos, con Andrea Bertorelli, Jill Travelman y Orianne Cevey), huérfanos y desolados.

La tesis de que el suicida no se quita la vida sino busca otra vida, bien podría resumir aquella oscura etapa de su vida colmada de derrotas amorosas y éxitos musicales. Pareciera que, al menos para —literalmente— una de las cabezas más brillantes del rock pop, la inspiración que factura millones de dólares le cuesta muy cara en lo anímico.

— ¿Has dicho que en el show business es preferible reírse de uno mismo?

— La vida en el mundo del espectáculo es a veces extraña, éstas rodeado por un grupo de gente que te dice que eres fantástico y luego lees cosas sobre ti donde dicen que eres terrible, te lo tomas de manera ligera o todo el tiempo vas a sentirte golpeado. El secreto es no tomar nada demasiado seriamente, por eso yo soy mucho mejor persona cuando trato de reírme en lugar de enojarme.

La génesis del baterista 

El hombre parece simple, con una vida ídem, pero desde niño su biografía está compuesta por momentos memorables. Uno de ellos, al aparecer como actor en la producción Oliver Twist y de extra en la cinta A Hard Day's Night, de The Beatles en 1964; el otro al establecer un récord mundial Guinness por actuar en dos continentes el mismo día —el 13 de julio de 1985 en el festival trasatlántico Live Aid—, gracias al Concorde que le permitió cantar primero en Londres en el estadio de Wembley y, horas más tarde, en el JFK de Filadelfia, en una desastrosa reunión de Led Zeppelin con él en la batería.
 
“Cuando me propusieron que hiciera la música para Tarzán, recordé que la historia está situada en África, y África significa muchos tambores, y yo soy un baterista. Aparte hago algo que puede durar toda una vida, pues las películas de Disney son para siempre, así que los hijos de mis hijos verán la película y dirán: 'Eso lo compuso mi abuelo, él tocaba los tambores'”, expresó. 
 
Actualmente Phil Collins —quien ofrecerá dos noches en el Palacio de los Deportes, este 9 y 10 de marzo— suma 67 años de edad y el tiempo ya ha cobrado factura en su salud: primero perdió la audición del oído, lo cual no le impide cantar; más tarde la movilidad en una extremidad superior, por la dislocación de una vértebra que dañó los nervios de la mano, y por ende ya no puede tocar la batería como antes, función que ahora delega a su hijo adolescente Nick.
 
El segundo y tercer divorcio del otrora baterista de Genesis le costaron la friolera de 42 millones de dólares, pero no hay problema pues aún le quedan otros 100 millones de billetes verdes para otro día en el paraíso.
 
— A la distancia, ¿que puedes decir de Genesis?
— Estuve en la banda 25 años, así que es importante para mí. Me encantan muchas cosas de las que hicimos y me siento orgulloso de ellas, aunque hay otras cosas que no me gustan del todo. 
 
A mucha gente le gusta escribir lo peor de Genesis. Recuerdo que alguna vez dije en una entrevista que algunas cosas me gustaban y otras no. De pronto esa declaración se convirtió en: ‘Odia cuando estuvo en Genesis’.
 
Eso es exagerado. Fui el compositor de muchas de las canciones y puedo decir lo que quiera de la música, porque a Genesis yo lo hice y hay cosas buenas y malas. Me salí de la banda de la manera más callada, no sin antes pedirles que siguieran adelante, deseándoles lo mejor. Porque sin Genesis yo no estaría aquí, tal vez estaría trabajando en un banco, contando el dinero de otra persona.
 
Lo que hay que leer.
 

Aclaración: El contenido mostrado es responsabilidad del autor y refleja su punto de vista.

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