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Residuos humanos

Luis Manuel Arellano Delgado | 11:19
https://cdn2.excelsior.com.mx/media/pictures/2016/06/07/ladooscuro_header.jpg Luis Manuel Arellano Delgado

 

El planeta está habitado por 7, 700 millones de personas y dice la ONU que en los siguientes 30 años habrá otros 2 mil millones de seres humanos. Demasiada gente para un modelo de desarrollo que excluye masivamente, acumulando carencias múltiples y simultáneas en gran parte de la población.

 

Por donde se le quiera ver, estamos atrapados en eso que llamamos modernidad. Nos guiamos por premisas que concentran el conocimiento científico, la tecnología y sobre todo la riqueza; nos rige un sistema seductor que solo permite la calidad de vida a muy pocos mientras despoja a los demás. De acuerdo a OXFAM, la confederación internacional de organizaciones no gubernamentales que impulsan acciones humanitarias, 26 personas poseen la misma riqueza que las 3, 800 millones de personas más pobres en el mundo. De ese tamaño es la asimetría de nuestra especie.

 

Zygmunt Bauman (1925-2017) señala que la humanidad llegó a un punto de progreso y acrecentamiento tan inflexible que ahora se ha vuelto en su contra; la globalización liberó un mercado en donde no tienen cabida los consumidores fallidos, incompletos o frustrados. “Víctimas colaterales” del progreso les llama, por cuanto configuran un vertedero de desechos. Se escucha feo y lo es, pero en eso se convirtió nuestra especie.

 

Los contrastes derivados de la acumulación y el despojo son impresionantes en cualquier región del planeta y particularmente en México, donde la sociedad terminó acostumbrándose a la precariedad, pero también a los salarios mínimos más bajos del mundo. Llevamos años estudiando la pobreza, midiéndola, comparándola y hasta hemos establecido indicadores respecto de su crecimiento a través de dos dependencias: el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL) y el Instituto Nacional de Geografía y Estadística (INEGI). Lo más dramático es que la pobreza que significa por sí misma abandono y vulnerabilidad, todavía tiene una subclasificación: pobreza extrema.

 

Oficialmente sabemos que al menos hay 42 millones de mexicanos en pobreza pero queremos resolver esa injusticia social con el mismo modelo de desarrollo que la genera. Bauman pone el dedo en la llaga al cuestionar la dinámica laboral de empresarios preocupados por incrementar sus beneficios mediante recortes masivos de empleados, bajos salarios y uso de tecnologías que prescinden de la mano de obra.

 

Refugiados, desplazados, solicitantes de asilo, emigrantes, sin papeles, en situación de calle, privados de libertad pero también quienes encuentran cabida en los hacinamientos urbanos son expresión de eso que dicho autor denomina los “residuos” de nuestra civilización; excedentes que han llevado a la construcción de diques físicos e incluso financieros para demarcar y separar los “productos útiles”, mientras que lo restante queda sumergido en una dinámica que se acumula y acumula. 

 

El problema -continúa Bauman- es que “nadie planifica las víctimas colaterales del progreso económico y menos aún traza de antemano la línea que separa a los condenados de los salvados”. Indiferencia que hace crecer una bola de nieve, pues “nadie carga con la responsabilidad”. Y remata: “seguimos todavía lejos de ver con claridad y de captar en su integridad las grandes repercusiones de las masas crecientes de humanos residuales en el equilibrio político y social de la coexistencia planetaria humana”. 

 

A mediados de los años 90, la escritora Julieta Campos (1932-2007) planteó en un ensayo voluminoso de casi 700 páginas una pregunta contundente:  “¿Qué hacemos con los pobres”? Tomando licencia de esa pregunta, con ella y Bauman, hoy hay que cuestionar nuevamente: ¿qué hacemos con los residuos humanos? 

 

En el actual modelo de mercado la noción de residuo es brutal. Bauman también lo aborda. “Con escazas excepciones, los objetos útiles e indispensables de hoy en día son los residuos de mañana”. Así que nadie tiene asegurado nada; ni el empleo, ni la pensión, ni la salud. Nada. Y todo esto aparece cada vez con mayor nitidez. 

 

Consumidores fallidos en una sociedad de consumo, los residuos humanos no solo plantean un problema demográfico sino también ético porque la humanidad camina en sentido contrario hacia donde ellos se acumulan. Bauman alerta sobre el surgimiento de fronteras no naturales que acentúan la distinción entre lo admitido y lo rechazado, así como lo incluido y lo excluido.

 

Fronteras financieras, culturales y digitales que configuran una zona gris para la cual no existe respuesta, mientras la separación de humanos continúa. Suena a genocidio y en un sentido lo es. 

 

Referencia

Bauman Zygmunt. “Vidas desperdiciadas”, traducción de Pablo Hermida Lazcano. Ed. Paidós, 2015, México.

@LuisManuelArell

 

 

 

 

 

 

Aclaración: El contenido mostrado es responsabilidad del autor y refleja su punto de vista.

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