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Morir, esa deuda del progreso

Luis Manuel Arellano Delgado | 13:42
https://cdn2.excelsior.com.mx/media/pictures/2016/06/07/ladooscuro_header.jpg Luis Manuel Arellano Delgado

 

¿Usted ya decidió cómo quiere morir? ¿Mientras duerme o de manera consciente? ¿En hospital, en casa o frente al mar? ¿En compañía o en soledad? ¿Se quiere despedir de sus seres amados?
¿Ya lo sabe? Muy bien.

Ahora pregúntese si podrá cumplir ese propósito dado el abismo entre lo que se quiere y la realidad; en México no hemos logrado disociar la muerte convenida, planeada, esperada o aceptada frente a la muerte arrebatada en escenarios de violencia, accidentes, enfermedades incurables y desastres naturales. Morir conciliado con la existencia debería constituir la principal meta de toda persona.

El incremento de homicidios y muertes provocadas impide pensar el proceso biológico de la muerte que, además de natural, debe enfrentarse libre de dolor, angustia, temores y bajo las circunstancias que cada quien elija,
incluida la voluntad de morir cuando así se considere en función de la libertad de creencias.

En este sentido, resulta indispensable separar la decisión sobre la muerte propia de la que se toma en la medicina cuyo propósito es mantenernos con vida, valor encomiable, que sin embargo diluye un valor supremo: la voluntad
individual de elegir cómo, cuándo y dónde extinguir nuestra vida. Aceptar que habitamos cuerpos programados para apagarse al paso del tiempo es una asignatura pendiente y no tiene que plantearse en los ámbitos de la
enfermedad. Pensar la muerte con plena salud es un escenario que igualmente hace falta para ponderar la el sentido que se le da a vida.

Y es que solo nos permitimos reflexionar acerca de la muerte en el ámbito de medicina. En 1985 el sociólogo Norbert Elías (1897-1990) redactó unos apuntes sensibles respecto a una de las deudas de la sociedad contemporánea ante las fantasías colectivas e individuales que históricamente han rodeado el hecho de la muerte: “quitarles el veneno, poner frente a ellas la sencilla realidad de la vida finita, es una tarea que aún tenemos por resolver”, señalaba entonces.

Para este académico e investigador “la muerte no tiene nada de terrible. Se cae en sueños y el mundo desaparece… lo terrible pueden ser los dolores de los moribundos y la pérdida que sufren los vivientes al morir una persona a la
que quieren o por la que sienten amistad”.


En sus cavilaciones, Elias pone el acento en el hecho significativo de que el proceso de individualización y del desarrollo de la autoconciencia nos proyectó la idea de morir solos. Y eso es muy común en los enfermos graves o terminales dentro de un hospital donde se privilegia el cuidado del paciente pero se le separa de sus familiares y círculos de afecto. 

Elías incluso plantea la disyuntiva de qué es mejor, si prolongar días o semanas la vida de una persona en el piso de un nosocomio o el contacto de sus seres amados. Otro elemento que el ensayista destaca es el internamiento de los viejos en casas de retiro o descanso y asilos, en donde se verán obligados a interactuar con personas desconocidas, lejos también de sus círculos de afecto cultivados a lo largo del tiempo, lo cual invariablemente les sumerge en una profunda soledad.

Las palabras de Elias se convierten en una denuncia que devela, sin duda alguna, el nivel de violencia contenida que significa morir dentro de una sociedad de consumo, desarrollada, hiper tecnificada y virtual. Luego de citar
los tiempos en los cuales se moría en casa, rodeado de familiares, el autor señala el cambio dramático que significa “desaparecer a los moribundos de modo tan higiénico de la vista de los vivientes, para esconderlos tras las
bambalinas de la vida social”. Y subraya: “jamás anteriormente se transportaron los cadáveres humanos, sin olores y con tal perfección técnica, desde la habitación mortuoria hasta la tumba”.

Elegir morir en conciencia y aceptar la finitud del cuerpo son retos que nuestra civilización no enfrenta. Ante la muerte, el progreso solo ha significado un gasto desproporcionado en servicios médicos especializados así como en los servicios funerarios, que nos permiten el último adiós como si estuviéramos vivos, es decir, maquillados y hasta con sonrisa incluida.

El progreso nos convirtió en mercancías en vida y también en muerte. Y lo peor, en una atmósfera de dolor a la que tendríamos que ponerle algún nombre.

Referencia

Elias, Norberto. “La soledad de los moribundos”, traducción de Carlos
Martin. Ed. FCE, 2009, México.

@LuisManuelArell

 

Aclaración: El contenido mostrado es responsabilidad del autor y refleja su punto de vista.

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