Logo de Excélsior                                                        

Fugacidad de la vida

Luis Manuel Arellano Delgado | 13:56
https://cdn2.excelsior.com.mx/media/pictures/2016/06/07/ladooscuro_header.jpg Luis Manuel Arellano Delgado

 

Al saber que su existencia estaba apagándose debido a la metástasis de un melanoma ocular, el neurólogo inglés Oliver Sacks (1933-2015) escribió algunos apuntes que revelan el valor de la conciencia frente a la muerte.

Considero la vejez, apuntó, “una época de ocio y libertad, en la que te ves emancipado de las artificiosas urgencias de años anteriores, y esa libertad (…) me permite integrar los pensamientos y sentimientos de toda una vida”.

La toma de conciencia ante la finitud existencial -dos años antes de morir-  llevó al prestigiado psiquiatra a distanciarse del entorno social que se le cerraba. “Todavía me preocupa mucho Oriente Medio, el calentamiento global, la creciente desigualdad, pero ya no son asunto mío; pertenecen al futuro”, señaló para luego asumir que la generación a la que él pertenecía estaba, prácticamente, en la puerta de salida. Como individuos somos irremplazables y por lo mismo nuestro destino consiste en ser únicos, dijo ante el determinismo biológico de la muerte que irremediablemente excluye.

Pero, ¿se puede ser “único”? ¿Es posible entenderse como ser individual ante la globalización y búsqueda de identidades? El neurólogo, obviamente, hablaba desde la privilegiada experiencia que le permitió discernir intelectualmente el cerebro, gestor de la percepción y motor de los mecanismos que construyen la conciencia.

Si bien la evolución biológica de nuestra especie nos iguala, definitivamente es el desarrollo de la conciencia lo que nos convierte en seres únicos. Más allá del grado de hominización, de la capacidad de percepción y del conocimiento que cada quien tiene acerca de su propia existencia, toda persona es irrepetible.

Conceptualmente, la población lo sabe. Mejor dicho, tiene idea de ser especial o diferente. Pero saber que se es “único”, más allá de protagonismos y expresiones de narcisismo, ha sido privilegio de muy pocas personas. Tomar conciencia de la propia singularidad, como lo hizo Sacks y lo han hecho otros seres excepcionales a lo largo de la historia, debería convertirse en propósito de nuestra cultura, mareada por la competencia, la acumulación y el consumo, entre muchos otros distractores asociados al poder y los mercados.

La fugacidad de la vida -algo que no se enseña en los niños ni se identifica en los adultos- está fuera de la agenda de desarrollo de los mexicanos; la mayoría de la población vive como si siempre fuera a existir; no puede vislumbrarse dentro del continuo en que gravita el planeta y los seres que lo habitamos.  La industria anti envejecimiento ha crecido precisamente por esta miopía colectiva, ese suponer que nunca nos iremos de la Tierra o que dicho momento está demasiado lejano para pensarlo. Aunque la gente sabe que puede perder la vida en cualquier momento no asume que acumular años es consecuencia de condiciones y contextos propicios para mantener la existencia. Y ésta última genera frustración porque está enmarcada con indicadores que en realidad son espejismos sociales.

El “parece que fue ayer” es más que una expresión romántica. Es una forma coloquial de asumir la velocidad del tiempo sin haberlo sentido, es decir, sin haberlo comprendido. No le resulta grato a quien, sin haber asumido que ese momento llegaría, se descubre diferente físicamente: en las líneas faciales de expresión, en el encanecimiento y en esa vaga pero acumulada fatiga corporal.

La concisión existencial tampoco es tema de conversación popular y ha sido despreciada por los líderes de opinión, se expresen en los medios de comunicación convencionales, digitales o en redes sociales. Por eso, cuando desde los procesos naturales de envejecimiento empieza a apagarse la vida de un ser querido -experiencia que todos hemos enfrentado- resulta valioso reflexionar en la transitoriedad, en el hecho de que el destino no radica en nacer y ni siquiera en morir, sino en el hecho de que estamos de paso, como se dice habitualmente.

Comprender el carácter temporal de la existencia para después elegir, en eso puede derivar conversar con quien, consciente de su momento final, se prepara para fallecer. Narrativa urgente en momentos de vacuidad social.

La violencia y la falta de trabajo oscurecen toda respuesta frente a las dudas existenciales, pero bien podrían exorcizarse si la fugacidad de la vida se antepone a los artilugios ideológicos de todo aquello que materializa lo que de suyo va a perderse.

Sacks dijo de sí mismo: “he sido un ser sintiente, un animal pensante”. Qué dicha sería repetirlo cuando ese momento se presente. En verdad.

 

Referencia

  • Sacks, Oliver. “Gratitud”, traducción de Damià Alou. Ed. Anagrama, 2016, Barcelona.

@LuisManuelArell

Aclaración: El contenido mostrado es responsabilidad del autor y refleja su punto de vista.

Comparte en Redes Sociales