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Enfermeras, síntomas y estigmas

Luis Manuel Arellano Delgado | 11:11
https://cdn2.excelsior.com.mx/media/pictures/2016/06/07/ladooscuro_header.jpg Luis Manuel Arellano Delgado


La pandemia del coronavirus SARS-CoV-2 liberó nuevas y viejas percepciones sobre lo que es tangible en la salud, lo que se distorsiona, lo que se inventa, lo que se imagina y aquello que permanece invisible.

Derivado de ese caldo de cultivo se han presentado muchos casos de agresiones verbales y físicas en contra del personal de enfermería y medicina, al cual se le considera de “riesgo” porque para no pocas personas la infección brota desde los hospitales.

La creciente ansiedad de quienes ven en el uniforme blanco al nuevo agente infeccioso rebela que ni aprendimos la experiencia de la influenza hace diez años, ni mucho menos las consecuencias de sembrar estigmas como sucedió con el sida, que sigue cargando un infame gravamen simbólico.

Los múltiples significados asociados a las personas con sintomatología y diagnóstico, dada su condición infecto-contagiosa, se nutren no solo de miedo; se acompañan también del habitual discurso discriminador -singular énfasis recibe el estatus social- e incluye la xenofobia, pasando por la filiación política hasta la moralidad. La construcción de signos en torno a las enfermedades difícilmente podría explicarse sin los referentes que alimentan el imaginario colectivo nacional.

Este índice flamígero en mucho es producto de la cómoda suposición, muy arraigada dentro del país, de que “son los demás quienes deben cuidarme”. La resistencia a guardar cuarentena plantea, en consecuencia, el camino fácil de construir signos que identifiquen al infectado para agredirlo, insultarlo para que se aleje o de plano correrlo directamente. Se llegó al extremo de prender fuego a un hospital en un pequeño municipio. De esta forma se construye el argumento: si no hay gente próxima con coronavirus tampoco tiene sentido lavarse las manos, quedarse en casa o al menos usar cubrebocas. Se ignora que la mayoría de los casos de adquieren por convivir con personas asintomáticas o por tocar superficies contaminadas. Huirles a los uniformes blancos indica que la información preventiva no ha sido asimilada.

De manera proporcional al uso de signos por parte de la sociedad, en el Sistema de Salud se usan los síntomas asociados al Covid-19: tos, fiebre o dolor de cabeza. Cuando se presentan al menos dos de estas señales es necesaria la valoración médica y la hospitalización inmediata si además hay dificultad para respirar, dolor, ardor en la garganta, escurrimiento nasal, así como dolor en músculos y articulaciones. Las pruebas de diagnóstico mediante PCR permiten confirmar la infección.

Incorporar pruebas rápidas a quienes presenten síntomas permitirá mejorar el diagnóstico y su manejo clínico, más lo que debe importar es que el acceso al servicio siempre esté abierto, con independencia de si el paciente llega con el nuevo coronavirus, con resfriado común, influenza o cualquier otro signo que revele daños a su salud. Así tendría que ser siempre. Ese es el punto clave. La reconversión de hospitales para atender el incremento de pacientes graves con Covid-19 debe contemplar que, en México, siempre ha existido una demanda de terapia intensiva y hospitalización por un listado largo de enfermedades y padecimientos que no puede desatenderse. No se puede tapar un hoyo para abrir otro.

En el prefacio al libro “El nacimiento de la clínica”, escrito en 1963, Michel Foucault señala la importancia de que en el siglo XVIII se haya reconfigurado el discurso médico y con ello “la posibilidad misma de un lenguaje sobre la enfermedad”, particularmente la reorganización sintáctica del padecimiento y una nueva definición del estatuto del enfermo, para que tomara forma en el cuerpo de los vivos, desvinculándolo de la muerte. Ese importante paso, sin embargo, no ha logrado disipar el temor de perder la vida cada vez que acecha una enfermedad.

El creciente temor a morir por Covid-19 ha perturbado la estrategia de control epidemiológico, pues dificulta comprender el valor de los pacientes no graves, que son la gran mayoría, así como de aquellos que superan la etapa crítica de la enfermedad. La pandemia no es apocalíptica por su letalidad sino por la inmanejable ansiedad que el imaginario colectivo provoca y sus efectos políticos, financieros, económicos y culturales.

¿Por qué el lenguaje médico es rico en significados, pero escaso en significantes? Sin duda porque la medicina nunca ha tenido el control semántico del binomio salud/enfermedad. En el acucioso estudio que Foucault realiza respecto del momento en que mirar al enfermo da paso a la racionalidad en la medicina, como patrón de abordaje clínico, también advierte con respecto a la enfermedad que “cuanto más complejo se vuelve el espacio en que está situada, más se desnaturaliza”. En ese sentido, el hospital como la civilización, son lugares artificiales… “. Definitivamente, “ninguna enfermedad de hospital es pura”.

Los ataques a las enfermeras y enfermeros no van a detenerse hasta que el significante de la infección se reemplace. Si el temor es un elemento que mueve al comportamiento y está documentándose el miedo al SARS-CoV-2, entonces, desde una estrategia nacional de salud pública resulta necesario que los temores los genere aquello que “no se ve”, es decir, la estimación de posibles contagiados y de los asintomáticos.

La singularidad del Covid-19, conjugada con los usos y costumbres, plantean la revaloración de su significado en la ruta de contención de nuevos casos, de protección al personal de salud y rescate del uniforme blanco como emblema de seguridad y bienestar.

Referencia

  • Foucault, Michel. “El nacimiento de la clínica”, traducción de Francisca Perujo. Ed. Siglo XXI, 2012, México.

 

@LuisManuelArell

 

 

 

 

Aclaración: El contenido mostrado es responsabilidad del autor y refleja su punto de vista.

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