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Elitismo lingüístico: una nueva forma de discriminación

Francisco Masse | 17:29
https://cdn2.excelsior.com.mx/media/pictures/2016/01/07/pop_logo.jpg Francisco Masse

Los mexicanos, aunque nos cueste trabajo aceptarlo y nos las demos de incluyentes, somos sumamente discriminadores.

Los de piel clara discriminan a los mestizos. Los mestizos discriminan a los indios patarrajada, a los negros cambujos, a los chinos cochinos, a los güeros desabridos. Los burgueses discriminan a los asalariados de mierda, a la prole, a los ganapanes, a las sirvientas, a los nacos. Los católicos discriminan a las sectas cristianas y a todos los que no creen en Jesucristo. Los heterosexuales discriminan a los jotos. Los machos discriminan a las viejas. Las mujeres, a las gatas.

Nos burlamos de los indígenas con textos e imágenes que satirizan la terminación –tl del náhuatl para aludir a lo socialmente inferior —pero eso sí: a 500 años de distancia, seguimos diciendo que “vinieron los españoles y nos conquistaron”; ¿quién nos entiende?

Discriminar, dice el Diccionario del Español de México, es “considerar o tratar a alguien como inferior por motivos étnicos, sociales, políticos, etc. o, por alguna de estas causas, darle un tratamiento legal o económico particular y desventajoso”.

Y el asunto es que, recientemente y a causa de la popularización del uso de las redes sociales, en las que uno se ve obligado a participar y comunicarse a través de la escritura, ha surgido un nuevo tipo de discriminación. No soy lingüista, pero yo lo llamo “elitismo lingüístico”.

Tampoco me refiero al elitismo de los hablantes de español meridional que consideran inferiores a las lenguas indígenas

Y no, no me refiero a ese elitismo que ejerce, justo, la élite de los encumbrados académicos de la Real Academia de la Lengua, que desde un vetusto edificio en Madrid siguen tratando de regir y controlar el habla y la escritura de sus súbditos que hablamos “español meridional” y que debemos ceñirnos a las reglas de acentuación que la RAE disponga o abstenernos de usar ciertas palabras porque “no las acepta la Academia”. Así, con A mayúscula. Tampoco me refiero al elitismo de los hablantes de español meridional que consideran inferiores a las lenguas indígenas —con todo y su terminación –tl— y las consideran “dialectos”.

Más bien me refiero a un sector de los usuarios de redes sociales —Facebook y Twitter, mayormente— que, escudados tras un grado académico o cierta preparación autodidacta, han salido con un crayón rojo en la mano a los canales que los demás utilizamos para trabajar, informarnos, divertirnos, lidiar con nuestras diversas neurosis, promocionarnos o comunicarnos con ciertas personas, y con dicho instrumento señalan —no sin el deleite de sentirse superiores— las faltas ortográficas y los yerros gramaticales de cuanto cristiano —o musulmán o judío— se cruce frente a ellos.

Más aún, ese grupo de practicantes del elitismo lingüístico pareciera estar propagando una especie de ideología discriminatoria, en la que el valor, la confiabilidad y la reputación de una persona dependen exclusivamente de la adecuada acentuación y de la correcta conjugación de los verbos irregulares.

Por eso popularizan frases como “No eres tú, es tu ortografía”, “Desconfío de quien escribe con base a…”, “Leer a alguien con mala ortografía es como hablar con alguien con mal aliento”, al tiempo que idealizan románticamente a quienes escriben con decoro, respetando la construcción ortodoxa de las frases y con precisión ortográfica. “La belleza gusta, pero la buena ortografía enamora”, leí alguna vez por esos caminos del Twitter.

Con lo anterior no intento decir que apruebo los horrores —que no errores— ortográficos, la puntuación exagerada o inexistente, o el código de abreviaciones y sustituciones que usan los adolescentes en mensajes de texto, chats, tweets y posts de Facebook.

No importa la persona, su ideario, si propone algo o solamente repite hasta la náusea algo que vio o leyó por ahí, o si es un dedicado científico o una empresaria exitosa: lo único que importa es si escribe bien o no. Punto. 

Tampoco los desapruebo, pero ése no es el punto. El punto es que en este elitismo lingüístico observo un mecanismo más de descarte social por prejuicio; es decir, bajo sus parámetros, si un hombre es bueno, honesto, limpio, trabajador, sensato y maduro, pero por una deficiencia en su preparación académica escribe haber en lugar de a ver, de inmediato es percibido como inferior. No importa la persona, su ideario, si propone algo o solamente repite hasta la náusea algo que vio o leyó por ahí, o si es un dedicado científico o una empresaria exitosa: lo único que importa es si escribe bien o no. Punto. Y en esa ideología de reducción simplificadora, lo mismo daría si fuera pobre, negro, indígena, judío, white trash, mojado —o “migrante ilegal”, para no caer en la incorrección política—, homosexual, chaparro, feo, obeso o usara lentes de fondo de botella: la discriminación no discrimina.

Hace unos días, alguien me dijo que vivimos en una constante frustración porque esperamos que todos sean perfectos, que nadie cometa errores. Y es cierto: a estas alturas del partido, mucha gente sigue esperando a la princesa depilada, sin arrugas y que no le huele la boca al despertar, y al príncipe alto, guapo, rico… y con buena ortografía. Vivimos en el reinado del prejuicio ortográfico, de la frívola guapura de la letra. Y de los mexicanos que, dos siglos después, siguen esperando a que los heraldos traigan reales noticias de España para saber cómo deben escribir.

Pero, como siempre digo, eso ya es otro cantar…

 

@fcomasse

 

 

Aclaración: El contenido mostrado es responsabilidad del autor y refleja su punto de vista.

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