Arturo Xicoténcatl

Arturo Xicoténcatl
El espejo de tinta

Primavera en Ann Arbor

26 de Mayo de 2020

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¡Cuando todo esté peor, más debemos insistir!

                Kipling

 

El reloj marcaba las 14:45 horas en Ferry Fields, de Ann Arbor, Michigan, del sábado 25 de mayo de 1935, cuando Jesse Owens, aún con el dolor en la espalda tras lesionarse unos días antes durante un partido de futbol americano, no sabía a ciencia cierta cuál sería el fruto de su esfuerzo en la distancia de 100 yardas (91.44m). Corrió con la rapidez de una pantera y señaló 9.4. Él y su entrenador, Frank Riley, se sorprendieron: ¡había igualado el récord mundial! Acostumbrado al dolor y a la adversidad, aquel día de primavera fue el preludio de una de las carreras más luminosas del atletismo universal y que alcanzaría el punto cenital en los Juegos Olímpicos de Berlín 1936, con cuatro medallas de oro. Aquel sábado, en Ann Arbor, Jesse Owens saltó en longitud 8.13 m, RM; 20.3, RM en 220 yardas y 22.6, RM en las 220 yardas con vallas. En 75 minutos rompió cinco récords mundiales e igualó uno más, pues, en relación con la normatividad de la IAAF de aquella época, reconocía los RM en yardas en equivalencias correspondientes a metros.

Decimotercer hijo del matrimonio de Henry Owens y Emma, tres de sus hijos murieron durante el parto, Jesse nació el 12-09-1913 en Oakville, en los campos algodoneros de Alabama, donde malvivían negros que eran hijos y nietos de esclavos; falleció el 31-03-1980 en Tucson, Arizona.

Hay varios episodios de este héroe olímpico que, como hombre de raza negra, recibió el desprecio y el repudio en su país. Unos 20 años después de sus cuatros oros olímpicos en Berlín, Rosa Parks era arrestada por no ceder el asiento del autobús a un blanco y sólo habría que recordar el clima hostil, los insultos y expresión de odio, principalmente de mujeres blancas, que la asediaron como animales feroces, cuando la negra Elizabeth Eckford, de 15 años, entró a la Universidad de Little Rock, en septiembre de 1957. Una mentira repetida mil veces es sólo eso, una mentira repetida mil veces. El inmortal Owens, gloria olímpica, era como un corcho en las ondas marinas de la sociedad estadunidense. Se le distinguía por instantes como campeón y se le despreciaba por su condición de negro. Corre la versión de que Hitler se negó a premiarlo. Hay versiones de que lo saludó. El 9 de octubre de 1936 Jesse Owens declaró en Baltimore: “Algunos dicen que Hitler me despreció. Pero yo les digo que no lo hizo. No estoy diciendo nada en contra de nuestro presidente. Recuerden, no soy político, pero también recuerden que el presidente no me envió ninguna felicitación porque, según dicen, estaba muy ocupado”. Y el 15 de octubre de ese año, en Kansas City, reiteró: el presidente (se refería a Franklin Delano Roosevelt) no me envió ni siquiera un telegrama”.

 

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