Arturo Xicoténcatl

Arturo Xicoténcatl
El espejo de tinta

Futbol, pies de barro

02 de Diciembre de 2022

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1962. En los minutos postreros, el Tri a la ofensiva sobre España en el estadio Sausalito. Dentro del área, Héctor Hernández, Salvador Reyes, Alfredo del Águila. El balón rebota en el travesaño. De súbito, Gento corre como una locomotora por la banda izquierda. El pase. El gol de Peiró. Cuatro años antes, el gol de cabeza de Belmonte, “el héroe de Solna”, sobre País de Gales; el primer empate en la historia mundialista. ¡Ha cambiado algo, en esencia, medularmente, en la Selección Mexicana de Futbol? A lo largo de la historia, de 1930 a la fecha, en 92 años de salir en busca del sueño, que se ha convertido en quimera, el quinto partido, los gritos desgarradores del “¡por qué a nosotros!”, a los títeres de carpa, que se disfrazan de luto, ridículamente movidos por los hilos de la estolidez, el tremendismo de los pueblos tropicales, con el fin de exhibir una hueca y banal tristeza. ¡Por qué el espíritu morboso de las televisoras mexicanas de presentar a las células del populacho con caras de tristeza? Efecto de tsunami en un vaso con agua; síntoma social de decadencia, no saber interpretar la naturaleza agonal del deporte. Mil veces el espíritu de lucha y coraje, modélico, de aquel niño de los Países Bajos que no cesó de arengar a su país en situación adversa ante España en el Mundial de 2010; sin lágrimas ni pujidos ni lloriqueos. En el flujo del tiempo, el catálogo de explicaciones —¡Qué difícil es no reconocer ni admitir siquiera por los medios de comunicación que la selección no tiene nivel, que posee el récord de partidos perdidos en la Copa Mundial! Qué difícil es no entender la identidad: política y futbol son hermanos mellizos en sembrar esperanzas, reflejo de incompetencia, de mediocridad y ¡ay! de popularidad. Cuánta confusión no saber distinguir la realidad de la simulación, la embriaguez de hiperbolizar empates intrascendentes, la voz que entroniza al jugador y unos segundos después lo arroja, sin ningún pudor ético, al noveno círculo de Dante—, el complejo de inferioridad, el pánico escénico, la mala suerte, los malditos penales, el salto a la credulidad primitiva, esperanzadora, del ya nos toca, el sí se puede, la idiotez de creer en los merecimientos, de ver de manera parcial, con un solo ojo el partido. “México necesita anotar tres goles a Arabia Saudita”. Bien. Y si Arabia Saudita anota un gol, ¡qué? No se engañen, no es el Tata Martino —ya podrán traer a Guardiola, Ferguson, Klopp, Del Bosque, Ancelotti, aquí ¡revientan!—, no es la línea de cuatro o de tres, no son los jugadores. El bajo nivel del entorno centroamericano se combina con la Federación Mexicana de Futbol, los dueños de equipos y las televisoras dueñas del Tri. La cabeza del iceberg, Yon de Luisa, es sinónimo y garantía de fracaso deportivo porque desde el poder económico no le atrae ni le importa la competencia. Cuánta ingenuidad, cuánta ignorancia, cuánta incultura deportiva en creer que, en tan sólo un lapso de cuatro años, se puede cambiar el futbol de la Selección Nacional.

 

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