Arturo Xicoténcatl

Arturo Xicoténcatl
El espejo de tinta

Conductas

22 de Enero de 2019

COMPARTIR
SÍGUENOS

 

Con frecuencia, en forma periódica, nos conmovemos con las tragedias que ocurren en nuestro país. Decenas de personas, principalmente del Estado de México, que manejan pólvora, pierden la vida; choferes de tráileres que circulan en la Toluca-Ciudad de México que desconocen lo más elemental de la ciencia física causan la muerte, creen y esgrimen como argumento la falla de los frenos, cuando la realidad es otra: es imposible detener un vehículo, con varias toneladas de peso, que corre a más de 100 kilómetros por hora; como imposible es parar un jumbo en 100 o 200 metros; ni siquiera hay una autoridad que limite la velocidad; fosas clandestinas con decenas de cadáveres; la corrupción, el enriquecimiento de políticos. Hace unas semanas, en la gran mayoría de las personas, giraba en su cabeza el tema generalizado de la falta de combustible, sin que nadie, circunscribiéndonos a la Ciudad de México o al Valle de Anáhuac, reclamara la toma de medidas con el fin de reducir lo podrido del aire que respiramos y que convierte los pulmones en frágiles y vulnerables depósitos de basura, de enfermedades y muerte; las decenas de fallecidos con el estallido de un ducto por el robo de gasolina en Tlahuelilpan. Hay quienes apuntan como principal motor la pobreza, pero, seguramente, el robo obedece también a otros motivos, acaso imitación, codicia material, el impulso del grupo —el individuo jalado por la inercia de la tribu. ¿Cómo y por qué se repiten estos acontecimientos tan lamentables y dolorosos?, ¿qué medidas se toman con el fin de evitar este tipo de conductas y situaciones? Si alguna vez se consideró que tanto la educación física como el deporte podrían reducir en cierta medida alguna clase de accidentes laborales o de conductas en la sociedad, la idea es cada día más delgada, al menos aquí en México.

Durante un tiempo se preconizó o se dio al deporte y a la EF la naturaleza de un plan de conjunto con elementos formativos y de valores morales que contribuyeran en edificar una sociedad sana, fuerte, con vital energía. Es verdad que el deporte no se puede ver ni con los ojos de Coubertin ni con los de don Porfirio, pero algunos consideraron al deporte como si fuera una perla de cuyo núcleo irradiaran nobleza, bondad, beneficios, hacia todas partes. Si lo hubo, al menos una brizna, se ha esfumado. El deporte poseía respeto, estímulo de perfeccionamiento, energía, como principal fuerza motriz y fuente de proyección.

El deporte no es una cápsula hermética. Por el contrario, es la sociedad la que influye más en él, que el deporte en ella. Si el deporte aportaba gusto por la competencia, también este gusto lo hemos ido perdiendo gradualmente. Cada vez comprendemos menos el sentido de la competencia; si lo entendiésemos, florecerían los sentimientos y aspiraciones de superación y respeto en las diversas actividades sociales; es una conexión que en algunos países genera orgullo e identidad nacional.

Sin teñir estas líneas de dramatismo, presenciamos con cierta indiferencia la declinación del elemento competitivo del deporte, la descomposición moral de algunos sectores sociales en todos los estratos, y los accidentes y tragedias como sucesos relámpago, ajenos, en lontananza, y sin pizca de voluntad por intentar evitarlos, corregir o enderezarlos. Nos tropezamos en la misma piedra. El deporte es de la misma madera que la sociedad. Cada vez estamos más cercanos a una parodia que a una realidad de acción eficaz.

 

COMPARTIR EN REDES SOCIALES

SÍGUENOS

COMENTARIOS