Arturo Xicoténcatl

Arturo Xicoténcatl
El espejo de tinta

Brilló entre los astros

14 de Enero de 2020

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A fines de 1965, el destino unió a dos desconocidos con rudimentarios conocimientos de la actividad que practicaban. Uno era un oscuro profesor de educación física y el otro un niño de diez años que llegaba de Acapulco, en donde se divertía, en algunas ocasiones, sumergiéndose en el mar con el fin de extraer del fondo las monedas que le arrojaban los turistas. Eran vistos no sólo como intrusos e ilusos; el profesor, por su color mestizo e ignorancia técnica, recibía el desprecio y burlas hirientes. Contra la adversidad social y deportiva trabajaron duramente por espacio de varios años. La carrera de ambos tocó casi la cumbre del Everest olímpico.

A los tres o cuatro días de que llegó el niño Carlos Girón al DF tuve la oportunidad de conocerlo en la alberca de la Unidad Morelos del IMSS, junto con Jorge Rueda Amézquita, auxiliar de natación de Nelson Vargas, que meses atrás había saltado en forma improvisada a enseñar sin saber ápice de clavados. Se requería un valor enorme presentarse en la alberca del Centro Deportivo Chapultepec, la catedral de los clavados en México, con su pontífice internacional, Mario Tovar, cuajado de éxitos con Joaquín Capilla, Juan Botella, Robinson, María Teresa Adames... La perseverancia de ambos, combinada en la llama de la superación agonal, fabricó una simbiosis extraordinaria en el arte efímero de los clavados. Girón desarrolló una sorprendente habilidad gatuna para dar giros, maromas, retorcerse con elegancia estética en el aire, ubicar su posición en tiempo y espacio, con la superficie del agua, y realizar difíciles zambullidas. En Múnich 72 pagó su novatez; acaricio la medalla ante el divino Klaus Dibiasi, pero se desarticula en su última pirueta y finaliza en octavo lugar en la plataforma. En Montreal 76 ocupó de nuevo el octavo lugar y en el trampolín de tres metros terminó en el séptimo sitio, escoltado por los inmortales Greg Louganis (6º) y el italiano Dibiasi (8º). Brilló entre los astros.

En 1975 fue campeón panamericano en México. Su momento cumbre lo vivió en los Juegos Olímpicos de Moscú 1980, el 23 de julio. La fosa de clavados estaba separada de la alberca por un muro de cristal por el que se colaba la algarabía de las competencias de natación. Justo al lanzar Alexander Portnov, de Rusia, se produjo una explosión de júbilo cuando el sueco Paer Arvidsson vencía a Roger Pytel, de la RDA, en los 100 m de mariposa, éste, por cierto, el primer hombre en romper los dos minutos en la mariposa, en los 200 m.

Portnov falló su clavado; levantó el brazo derecho y solicitó, conforme al reglamento, la repetición del salto. Le fue autorizado. Y ganó a Girón, que terminó en el segundo lugar para la medalla de plata. La controversia se puso al rojo vivo.

Carlos Girón dejó de existir ayer.

 

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