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¿Que me secuestren para cambiar mi opinión?

Leo Zuckermann

Leo Zuckermann

Juegos de poder

Ayer recibí una avalancha de críticas por haber apoyado la decisión de la Suprema Corte de liberar a Florence Cassez. Me queda claro que hay muchos mexicanos enojados por la inseguridad en el país y que se sienten indignados por la liberación de una presunta secuestradora. Entiendo y comparto la molestia de haber perdido un bien muy preciado: el de sentirnos seguros. Pero la irritación no puede cegarnos al punto de mandar al caño la aspiración de ser un país civilizado, una sociedad avanzada donde la justicia se ejerce a través de la legalidad.

Uno de los momentos históricos más gloriosos de las naciones civilizadas fueron los juicios de Nuremberg. Una vez terminada la Segunda Guerra Mundial, los aliados tuvieron frente a sí un grave problema: qué hacer con los altos mandos de la Alemania nazi, un grupo de criminales de la peor calaña, de los más violentos y abominables de la historia de la humanidad, que habían matado a millones de personas en un delirio de superioridad racial. Algunas voces aliadas consideraban que lo más apropiado era ejecutarlos sin más trámite. Sin embargo, tanto Churchill como Roosevelt se opusieron a esta idea; eventualmente se impuso la opción de llevar a estos delincuentes a juicio con base en el principio de legalidad.

En la ciudad bávara de Nuremberg se estableció un tribunal que juzgó a estos despreciables personajes, quienes fueron defendidos por sus abogados. Al final, algunos fueron sentenciados a la horca y otros a largos años en la cárcel. Tres inculpados resultaron absueltos y puestos en libertad. Con estos juicios, los países aliados le enseñaron al mundo que ellos no eran como sus enemigos nazis, que ellos sí creían en la civilización a pesar de que los delincuentes alemanes habían provocado la muerte de más de 40 millones de personas.

El hecho de que en México haya muchos delincuentes que asesinan, secuestran o extorsionan no debe rebajarnos al nivel de ellos. Nosotros debemos ser mejores que ellos y una manera de demostrarlo es respetando sus derechos humanos, como el de tener un debido proceso judicial.

Ayer recibí muchos comentarios, de gente enojada con la decisión de liberar a Cassez, deseándome que ojalá me secuestraran o, peor aún, secuestraran a alguno de mis hijos, para ver si seguía pensando lo mismo. En primer lugar, me parece de muy mal gusto andar deseando estas cosas. Yo no podría deseárselas ni al peor de mis enemigos. En segundo lugar, me pongo en los zapatos de las víctimas de un secuestro, y me cuesta un trabajo endemoniado pensar que cambiaría mi opinión. ¿Por qué? Pues porque yo no soy como ellos. Por lo mismo que creo que los aliados hicieron bien en juzgar a los nazis en tribunales, respetando sus derechos, en lugar de ejecutarlos in situ: para demostrar que ellos eran moralmente diferentes y superiores.

Pensemos el caso de Cassez desde un punto de vista moral. Supongamos que la francesa efectivamente era secuestradora. ¿Justifica eso que el gobierno, que nos representa como sociedad, le haya negado hablar con su consulado, no la haya presentado de inmediato frente al fiscal o haya armado un montaje mediático en su contra? ¿Usted piensa que sí? ¿Qué tal si la hubieran torturado, desaparecido o matado? ¿También estaría de acuerdo? Pues yo no, porque creo que la gente de bien no debe rebajase al nivel de la gente de mal. Nosotros debemos ser diferentes a los criminales que desprecian la vida humana y el sufrimiento ajeno al secuestrar y asesinar. Nosotros debemos estar convencidos de que hasta los más malos de los malos, como los nazis, son seres humanos que tienen derechos inherentes que un gobierno debe respetar. Cuando una sociedad piensa así, ha dado un paso muy importante en la ruta de la civilización. Y comprobado está que la violencia declina de manera importante cuando este tipo de valores se extienden en una sociedad.

Entiendo que mucha gente esté desesperada por la inseguridad y que piense que las fuerzas del orden deben acabar con los malos, cueste lo que cueste, sin miramientos a los derechos humanos. Pero moralmente no es posible desentenderse de este asunto así de fácil, así de rápido. Mucho menos debemos caer en el instinto primario de la venganza o el linchamiento. Yo aplaudo la decisión de los ministros Zaldívar, Sánchez y Gutiérrez por haber demostrado que ellos, jueces del Estado mexicano, son mejores, moralmente superiores, al de un posible secuestrador.

                Twitter: @leozuckermann

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