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Nacional

Felipe Calderón fue, ante todo, un comandante en jefe

El estilo personal del presidente; desde 1951, un mandatario civil no se vestía con uniforme militar, como él lo hizo en enero de 2007

Leticia Robles de la Rosa | 30-11-2012

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CIUDAD DE MÉXICO, 30 de noviembre.- La mañana del 3 de enero de 2007, Felipe Calderón decidió marcar su propio estilo de gobernar. Vestido de militar, desde Apatzingán, Michoacán, uno de los municipios más violentos de entonces y ahora tierra de delincuentes, mostró a los mexicanos una imagen inédita en 61 años, la de un Presidente de la República civil con uniforme verde olivo.

Ese estilo, el de un hombre serio, con el ceño fruncido, soberbio, convencido de que al crimen organizado debía combatirse con mano militar, dispuesto a dejar atrás el recuerdo del Presidente desparpajado que fue Vicente Fox, su antecesor, marcó su imagen pública que después trató de atenuar con la inclusión de chistes y frases antecedidas del clásico “como dicen en mi tierra”.

Fue precisamente una frase de su tierra que lo marcó también seis años como el hombre del “haiga sido como haiga sido”, que sus detractores, contados por millones, utilizaron constantemente para imaginar posibles respuestas ante decisiones fallidas.

Felipe Calderón fue el segundo Presidente emanado del PAN. Registró muchos handicap en contra desde el primer momento. Remontar la imagen del calificativo “espurio” que le endilgaron sus adversarios; lograr una negociación con el PRI, partido al que detesta desde niño; demostrar que un gobierno del PAN era diferente a lo hecho por Vicente Fox, con quien estaba completamente alejado, y dejar en claro que el estilo dicharachero, informal, de echar por tierra el protocolo republicano que caracterizó a Fox no era definitivamente el suyo.

Pero la imagen del Presidente civil vestido de militar, con una casaca olivo que le quedaba un poco grande de los brazos, y la gorra que también era más amplia que su cráneo, le generó una cascada de críticas y chistes que todavía arrastra a sólo unas horas de que concluya su gobierno.

Felipe Calderón tuvo que combinar el estilo serio, que caracterizó a los presidentes priistas, con el informal, que fue único de Vicente Fox.

Debió entonces cantar, subirse a una bicicleta, participar en competencias atléticas, mostrarse como un padre que deja a su hijo realizar su sueño de vestirse de militar y dejar que así presenciara el desfile por la Independencia de México; un hombre que cada año pedía le cantaran las mañanitas a su esposa, Margarita, o compartía que uno de sus hijos estaba enfermo y hasta Rocky, su mascota, contribuyó a dejarlo ver como un amigo de los perros.

Fue así que a lo largo de seis años, ese hombre a quien su mentor político, Carlos Castillo Peraza, advirtió que no debía ser tan desconfiado ni tan soberbio, trató de enlazar dos estilos de imagen pública para ser un Presidente que generara respeto, por su respeto a las instituciones y al protocolo, pero alejado del mandatario serio, acartonado que imperó por años en el país.

Calderón Hinojosa entonces hizo cosas parecidas a las que hacían los presidentes priistas, como homenajear a sus afectos, como lo hizo el 4 de diciembre de 2009, cuando en Michoacán convocó a un homenaje a su padre, Luis Calderón Vega, uno de los fundadores del PAN. Pero también se montó en la bicicleta, se lanzó desde una tirolesa, y buceó ante las cámaras.

Asimismo reprodujo el estilo de los presidentes priistas de entrometerse en la vida interna de su partido político, para imponer a sus dirigentes nacionales y marcar la línea de cuál debía ser su comportamiento, incluso hasta llevarlos a una inédita alianza electoral con el PRD, el mismo partido que le endilgó el calificativo de “espurio”, con el afán de arrebatarle al PRI gobiernos estatales, como la único fórmula para frenar los excesos que gobernadores como Ulises Ruiz y Mario Marín cometieron en Oaxaca y Puebla, respectivamente.

Pero a diferencia de lo que ocurría en el PRI, donde el “sí señor Presidente” fue la tónica de 70 años de partido hegemónico, en el PAN la inconformidad por parecerse a sus enemigos políticos fue intensa y la institucionalidad que mostraron durante años comenzó a resquebrajarse con el ocaso de su gobierno.

Y es que a nivel interno de su partido, como se constata en las notas periodísticas de 2008, 2009, 2010, 2011 y este año, Felipe Calderón pasó de ser El hijo desobediente que se enfrentó a la pretensión de Fox de imponer a Santiago Creel como candidato presidencial, al jefe máximo del panismo, que marcó los rumbos del partido hasta impulsar a uno de sus amigos para la contienda presidencial interna, Ernesto Cordero, aunque nuevamente “los desobedientes” se volvieron a imponer.

Justo esa fue otra de sus características que constantemente le fue criticada por personajes políticos como Manlio Fabio Beltrones: su afán de colocar en los puestos de gobierno a sus amigos cercanos, más que a colaboradores eficaces.

Esas decisiones lo llevaron a constantes enfrentamientos con el Congreso de la Unión, con quien protagonizó el récord del mayor número de controversias constitucionales, que obligó a la Suprema Corte a ser el árbitro cotidiano entre ambos Poderes.

Manuel Ávila Camacho fue el último Presidente de la República emanado del Ejército mexicano. En 1946, Miguel Alemán se convirtió en el primer Presidente civil.

Felipe Calderón fue el Presidente que sin ser militar, 61 años después se colocó la casaca verde olivo para mostrarse como el jefe máximo de la milicia mexicana y, con ella, dispuesto a emprender una guerra contra el crimen organizado cuyos saldos de muertes, desplazados y desaparecidos están por conocerse.

Y se dejó ir en la tirolesa

A un paso de dejar el poder, el presidente Felipe Calderón se aventó de la tirolesa. Con una enorme sonrisa, inauguró una de las principales atracciones del Bioparque Urbano San Antonio, con uno de esos gestos desenfadados que lo han caracterizado en los días más recientes, los últimos de su sexenio.

Después de inaugurar el Bioparque —que por años fue una cementera y después un basurero— el primer mandatario anunció: “Me voy a aventar de la tirolesa”; luego subió las escaleras, se quitó el saco y un empleado del parque le dio al Presidente un casco de seguridad.

El mismo mandatario se aseguró de que estuviera bien abrochado el casco y después le colocaron el cinturón de seguridad, el cual ataron a la cuerda de la tirolesa con un arnés.

Uno de los miembros del Estado Mayor, que se mantenía a un lado del Presidente se mostraba nervioso y a ratos se llevaba las manos a la corbata, como acomodándosela… no se fuera a accidentar el jefe del Ejecutivo, a menos de 48 horas de finalizar su mandato.

Entonces el empleado del parque, que ya había atado el cinturón de seguridad del mandatario a la cuerda de la tirolesa, le pidió a Calderón que doblara las rodillas y se  colgara del arnés, al tiempo que colocaba los pies sobre una banca.

Ya en esa posición, el Presidente se dejó ir hacia abajo en la tirolesa; a lo largo del recorrido se le vio una gran sonrisa, mientras unos diez efectivos de seguridad no le quitaban el ojo de encima.

Antes, durante la inauguración del parque, había hecho la broma de que él no era ni jefe de la delegación Álvaro Obregón ni jefe de Gobierno del DF, pero ya había reforestado una parte de la Ciudad de México.

En el biopaque, donde después del terremoto del 85 fueron a dejar algunos escombros, fue transformado a últimas fechas en un parque lleno de jacarandas, colorines, encinos y cedros.

En el acto, el presidente Felipe Calderón recordó que lo ideal es que en una ciudad haya diez metros cuadrados de áreas verdes por cada habitante; sin embargo, reconoció que en el Distrito Federal sólo hay tres metros cuadrados de árboles por habitante.

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