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Nacional

Agustín de Iturbide, héroe sin pedestal

A 191 años de que entró a caballo a la Ciudad de México, el llamado Dragón de hierro continúa entre dos frentes

JC Vargas | 23-09-2012

CIUDAD DE MÉXICO, 23 de septiembre.- El próximo 27 de septiembre se cumplirán 191 años de que Agustín de Iturbide llegó a la Ciudad de México, montado en su caballo negro y al mando del Ejército Trigarante. Un día después firmaría la Independencia de nuestro país y  lo convertiría en una nación imperialista. ¿Es el llamado Dragón de hierro un héroe olvidado o qué ocurrió durante su mandato imperial para que Agustín I se convirtiera en uno de los personajes más odiados por los historiadores oficiales?

Los cronistas de nuestro México jamás se pondrán de acuerdo: “Cruel, tirano, ambicioso y traidor a la Patria”, coinciden los que escribieron la historia oficial, los que borraron al nacido en Valladolid -hoy Morelia- de la lista de nuestros héroes, aquellos que lo bajaron del pedestal, lo fusilaron y quitaron su nombre del Himno Nacional y el Monumento a la Independencia. Otros, los menos escuchados, lo califican como “el Libertador de México”, aquel que firmó el Plan de Iguala y el Tratado de Córdoba, con los que lograra la Independencia sobre España y los tres puntos de unión, libertad y religión.

La realidad es una: hijo de criolla y vasco, el joven Agustín Cosme Damián de Iturbide y Arámburu nunca estuvo de acuerdo con el movimiento insurgente. Desde su exilio en Lornia, Italia, escribió que en su momento no respondió a la invitación de Miguel Hidalgo, en 1810, de unirse a un movimiento que sólo buscaba exterminar gachupines, saquear haciendas y violar a sus mujeres. Interesado en la independencia, sí, pero no en las formas.

Soldado realista al fin y al cabo, demostró su odio a la insurgencia persiguiendo a sus protagonistas. Tarde o temprano acabaría con Morelos y sería nombrado jefe de los realistas y enemigo número uno de los insurgentes. Borrados Hidalgo, Allende y demás personajes patrios, Iturbide fue tomando poder, lo que en un futuro a mediano plazo lo convertiría en personaje importante de nuestra historia.

Dicen sus detractores que como militar era una persona sin escrúpulos, frío e intolerante dictador que odiaba a los insurgentes, por el trato que éstos le dieron a miles de españoles asesinados por la causa. También se dice que bajo su mando en El Bajío, el Dragón cometió abusos y atrocidades.

Su crueldad contra el enemigo (lo mismo fusilaba hombres, mujeres y niños) le valió el ascenso. Y sin embargo, ante el inminente choque contra las huestes de Vicente Guerrero, Agustín decidió que era más productivo pactar con el enemigo y crear un México libre “sin sangre, sin incendios ni robos”.

El lector recordará entonces el Plan de Iguala, el Abrazo de Acatempan, el Tratado de Córdoba y la llegada del Ejército Trigarante, con Iturbide al mando. Justo el 27 de septiembre, día de su cumpleaños número 38, el Dragón de hierro era recibido entre vítores y fanfarrias.

Escribe el historiador José Omar Tinajero que este personaje era muy querido por el pueblo. Lo califica como el verdadero libertador, porque 11 años y 11 meses después de que Miguel Hidalgo llamara a las armas, realmente se rompieron las cadenas que impuso España durante 300 años de esclavitud.

Con José Bonaparte (Pepe Botella) tomando la silla española, llegaba la oportunidad de los pueblos americanos de independizarse. En la Nueva España se buscaba el momento de romper el dominio hispano y se aprovechó que ningún personaje europeo de sangre azul quería venir a gobernarnos para que se propusiera al propio Agustín para tomar el mando.

Entonces cometió lo que muchos jamás le perdonaron: convertir la independencia en un gobierno imperialista mexicano y llamarse Agustín I. Volviendo a su exilio en Liorna, él se justificaba que en aquellos tiempos era la forma común de gobernar.

Los que escriben a su favor señalan que bajo su imperio, el territorio mexicano crecería hasta cinco millones de kilómetros cuadrados, desde las Californias, Nuevo México y Texas hasta las llamadas provincias de Guatemala, Honduras, El Salvador y Costa Rica.

Sus detractores no olvidan que el país tenía las arcas vacías y Agustín I le daba a su mujer Ana María Huarte vida de emperatriz y a sus hijos de príncipes, con mayordomos y confesores por toda la casa imperial. Soldados que subían de grado y recibían altos salarios. Iturbide creó el Congreso y encerraba a los que consideraba traidores. Muchos comenzaron a conspirar contra el que fuera su benefactor.

“¡Viva Agustín de Iturbide!”, se escuchaba entre los años de 1821 y 22, algo que ya no ocurre cada 15 de septiembre, cuando el presidente mexicano en turno se asoma al palco e invoca a los héroes patrios. Incluso por aquellos años el compositor José Torrescano presentó el primer Himno Nacional inspirado en el Plan de Iguala. Era Agustín, pues, el gobernante que muchos querían y el enemigo que a otros más estorbaba. Pero no quedaba duda que era el libertador.

Los insurgentes no le perdonaban que buscara un México que defendiera lo mismo los derechos del pueblo como de los españoles que se habían quedado en el país. Tampoco que rechazara la petición del Congreso que solicitó que a Hidalgo, Allende, Morelos y demás héroes insurgentes se les erigiera estatua que los perpetuara. “Insurrección no significa independencia. A estos mismos había perseguido y volvería a perseguir si retrogradásemos a aquel tiempo”.

En esta parte de la historia (escribe José Fuentes Mares) aparece Mr. Poinsett, estadunidense que llegó a México en calidad de diplomático, aunque en realidad estuvo por acá un par de semanas con la tarea presidencial de “comprar unos terrenitos, a un precio razonable”.

Joel Robert Poinsett no consiguió negociación alguna con Iturbide, pero logró entusiasmar a subalternos como Antonio López de Santa Anna. Supo aprovechar el México dividido para intrigar lo suficiente e injerir en la abdicación de Iturbide y su consiguiente exilio hacia la península itálica.

Con la salida del emperador mexicano, las provincias (países) del sur se separaron y Estados Unidos se agenció California, Nuevo México y Texas. Cuando Iturbide regresó al país para recuperar el México perdido fue declarado traidor a la Patria, capturado y fusilado el 19 de julio de 1824 en Padilla, Tamaulipas. Unos dicen que se arrodilló, llorando y suplicando piedad. Otros, que se fue como un valiente. Murió a los 41 años, odiado por un Congreso que temía que con su retorno el país regresara a la época de la Colonia.

Los historiadores oficiales se encargarían de hacer su tarea: bajar a Iturbide del pedestal como libertador, borrar la estrofa escrita en el Himno Nacional (Si a la lid contra hueste enemiga/nos convoca la trompa guerrera,/ de Iturbide la sacra bandera/ ¡Mexicanos valientes seguid), no permitir que su estatua ni sus restos estuviesen en el Monumento de la Independencia. Tampoco se celebra el 27 de septiembre y su nombre no se vitorea cada 15 de septiembre. De hecho, el Bicentenario de la Independencia debería conmemorarse hasta septiembre de 2021.

Sus restos permanecen en la Capilla de San Felipe de Jesús, en Catedral, donde cada 27 de septiembre se oficia una misa en su honor.

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